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Otros mundos Cuarto día de festival: Another Earth; Verbo; Por Chema Pamundi |
<Antes de empezar, una aclaración: en la crónica del primer día de festival, a propósito de la reseña de Knuckle, comenté que una buena manera de dar más visibilidad a los documentales podría ser otorgarles una sección propia. Mi habitual empanada mental me había impedido darme cuenta de que, de hecho, los documentales ya están englobados en una sección exclusiva, llamada Noves Visions: No Ficció. Vaya esta aclaración en descargo del Festival.
Llevamos ya cuatro jornadas de Sitges 2011, una cifra lo bastante significativa como para empezar a hacer estadísticas. De media, cada día estoy durmiendo unas cuatro horas y estoy viendo 4’25 películas, que suponen casi una película diaria menos que el año pasado. Fastidia, pero no hay más tu tía. Esa película de menos me proporciona el tiempo extra que necesito para redactar la crónica diaria. Aún así, empieza a pesar el cansancio. No es que me queje (la verdad es que disfruto como un enano con esto), pero no puedo dejar de pensar que os estáis leyendo mis horas de sueño. Espero que os sintáis satisfechos…
Another Earth (Mike Cahill, E.U.A., 2011)
Hoy he estado en un tris de liarla fina: se me había pasado por la quijotera saltarme el pase de prensa de las 8:30 de la mañana, y no aparecer por Sitges hasta el mediodía o así (como un marqués, vamos). Por suerte al final me ha dado un arranque de responsabilidad y he saltado de la cama en dirección a la Blanca Subur. Y menos mal, porque la película programada, Another Earth, se ha revelado como uno de los títulos más sugerentes del certamen, justificando sobradamente el premio a mejor película que recibió en el festival de Sundance.
Una de las grandezas del género fantástico es su extrema ductilidad formal, que permite insertarlo en cualquier narración y adaptarlo a las necesidades de cualquier historia. Una película puede estar totalmente dominada por el elemento fantástico (ejemplo: La guerra de las galaxias), o bien utilizarlo como simple leit motiv, como metáfora, como opción estilística, como lenguaje narrativo o como lo que se quiera (por eso, entre otras cosas, hay siempre tanto debate sobre qué es y qué no es cine fantástico). No ocurre lo mismo con otros géneros cinematográficos, que necesitan hacerse con el control total de la narración, llevarla a su terreno y someterla a sus estrictas normas. Así, es frecuente toparse con una película levemente fantástica como Another Earth, mientras que resulta muy difícil encontrar una película que sea “levemente musical”, “levemente histórica”, o “levemente del oeste”.
Os presento a Rhoda, una joven estudiante de astrofísica que acaba de ser aceptada en el MIT y ante la que se abre un futuro de lo más prometedor. Os presento también a John, brillante compositor y director de orquesta, felizmente casado, padre de un hijo de cinco años y con una segunda criatura en camino. Y ahora os vuelvo a presentar a Rhoda y a John pasados cinco minutos de película: ella acaba de pasar cuatro años en la cárcel por homicidio involuntario, tras distraerse al volante de su coche y hacerlo chocar contra el vehículo familiar de él, matando a su mujer y su hijo. Dos personas con las vidas destrozadas, Rhoda por la culpa, John por haberlo perdido todo. Nadie diría que tengan la más mínima oportunidad de reconciliarse y recomponer sus vidas, ¿verdad? Ah, y como telón de fondo de esta historia tenemos otro suceso de cierta importancia: ha aparecido en el cielo un planeta, una réplica exacta de la Tierra, incluyendo a dobles idénticos de todos sus habitantes…
Another Earth, el cuarto color de la bandera francesa de Krzysztof Kieslowski
Another Earth es un drama sobre el perdón, las segundas oportunidades y la asunción de la responsabilidad por nuestros actos, que no necesitaría de ninguna subtrama paranormal para funcionar la mar de bien, pero que gracias a ella alcanza un nivel mucho mayor de inmersión en el alma de los personajes. Se podrá aducir que lo que nos cuenta el film resulta increíble desde un punto de vista científico, pero lo cierto es que el director Mike Cahill es lo bastante inteligente como para nunca llegar a entrar en dicho debate, y solo está pendiente de fijar su mirada en los dos protagonistas. Todo lo demás forma parte del paisaje.
La sencillez y la etérea magia de la película quedan perfectamente plasmadas en la pureza de la imagen que domina todo su metraje: un segundo planeta Tierra calcado al nuestro (incluso tiene su propia Luna orbitando alrededor), que cuelga del cielo, inmóvil y precioso, como si alguien hubiese desplegado sobre nuestras cabezas un gigantesco espejo que nos reflejara. Pero claro, si tenemos un doble perfecto, ¿entonces nosotros quién somos? ¿Qué somos?
Another Earth ha sido rodada con un presupuesto ridículo pero con una despampanante claridad de ideas y una estimable hondura filosófica (muy alejada del discurso new age, que nadie se asuste). Los dos actores están para comérselos, y el guión rebosa solidez, originalidad y emoción, hasta desembocar en un plano final redondo, que cierra la cinta de manera magistral a la par que plantea al espectador toda una pléyade de nuevas preguntas (esta historia sí que merecería una secuela). Y al fin y al cabo, ¿no es esto último un objetivo más que estimable para cualquier historia de ciencia ficción?
Verbo (Eduardo Chapero Jackson. España, 2011)
Cada año, el festival pasa por el vía crucis de tener que programar algún título español que suena a tomadura de pelo, a proyecto absurdo subvencionado bajo el lema de “toma el dinero y corre”. Entre los ejemplos más recientes recuerdo Ingrid o 14 días con Víctor (si no le suenan mejor para usted; “la ignorancia es la felicidad”, como suele decirse). Este año ya tenemos nuestra candidata: Verbo. Al menos esta vez no ha sido producida por una televisión pública sino por Telecinco (sí, ya, magro consuelo).
Verbo incluso cuenta con página propia en la Wikipedia, y en ella su director (Eduardo Chapero-Jackson) la denomina como “una fábula contemporánea de autoconocimiento, inspirada por la obra de Hayao Miyazaki y la película Coraline.” Nada, ni caso. Verbo es ni más ni menos que una versión cañí de Matrix mezclada con Física o Química, y cambiando las referencias a “Alicia en el país de las maravillas” por otras a El Quijote. Bueno, y también hay otra diferencia sustancial: Matrix no daba vergüenza ajena.
"Yo hago de Morfeo, pero con unas pastis rojas y azules que te van a gustar mucho más"
La protagonista de Verbo es Sara, una joven adolescente bastante empanada (sus padres no la comprenden, a la pobre), que entrará en contacto con una especie de realidad alternativa regida por normas de videojuego, personajes de estética chorra-punk que hablan todo el rato con rimas hip-hoperas (¿de verdad nadie les advirtió que quedaría ridículo?), y una puesta en escena que parece sacada de un gag de “La hora de Jose Mota”. El líder de los chorra-punks, interpretado sin mucha convicción por Miguel Ángel Silvestre (de Sin tetas no hay paraiso a Verbo; ¡carrerón!), se hace llamar Líriko. Sus compañeros de aventuras tienen nombres igualmente pegadizos, como Prosak, Medusa o Foco (he de repasar mis notas para corroborarlo, pero Gazpacho y Mochilo creo que no salen).
¿A quién carajo se supone que va dirigida una película como Verbo? ¿A los fans quinceañeros del skate y los grafitis? ¿A los padres de hijos problemáticos? ¿A los educadores? ¿Al gran público de multicine y palomitas? ¿A los modernillos gafapasta? ¿A la familia del director? Salvo por éste último colectivo, la verdad es que no se me ocurre nadie que le pueda llegar a hacer puñetero caso a este soberano bodrio. A lo largo del día no he hecho más que ver corrillos de personas que, entre risas, conversaban sobre lo mismo: “- ¿Has visto Verbo?” “- Ostias sí, ¡qué mala!”. A esto en psicología se le llama “schadenfreude”, que en alemán significa “disfrutar con las desgracias ajenas”. Pues eso, una desgracia.
Grave Encounters (The Vicious Brothers. E.U.A., 2011)
Tras la experiencia religiosa de Verbo no había nada más que ver el resto del día, ya que todo eran sesiones con tickets que yo no me había molestado en pedir porque no me interesaban (por cierto, uno de estos días os hablo del asunto de los pases con ticket, porque es un mundo en sí mismo). Así pues me he tomado la tarde con cierta calma: he asistido a una rueda de prensa (la de Another Earth con su director Mike Cahill, un cachondo), he comido sin prisas, he escrito un poco y he completado la jornada con dos pelis en la sala de visionados.
La primera de ellas ha sido la cinta de sustos ectoplásmicos Grave Encounters, que sigue hollando uno de los territorios fílmicos más sobre-explotados por el reciente cine de terror, el del falso documental rodado como si fuera una “filmación perdida” que alguien ha encontrado y que supone el último testimonio de las víctimas de turno, desaparecidas en extrañas circunstancias y bla, bla, bla (ya saben: El proyecto de la bruja de Blair, Paranormal Activity, y todo lo que se ha ido estrenado entre ambas a lo largo de la última década). Con el tiempo este formato ha perdido toda su capacidad de sorpresa, pero bien manejado aún puede servir para dar cuerpo a un efectivo largometraje de miedo.
En Grave Encounters, la filmación perdida pertenece a los miembros de equipo de un reality de TV sobre casas encantadas, que una aciaga noche se esfumaron sin dejar rastro mientras grababan el sexto programa de la serie, en un psiquiátrico abandonado que supuestamente rebosaba de actividad paranormal. Y vaya si rebosa…
"Si ya hace una década que se explota este formato, entonces ¿qué hacemos aquí?"
En este tipo de películas, los primeros cuarenta y cinco minutos suelen ser los que más me interesan. Esos tres cuartos de hora en los que aparenta no pasar nada del otro jueves, pero que resultan fundamentales para dar verismo al asunto, para lograr que el espectador se crea que en efecto está viendo un auténtico documental (aunque sepa que no es así) y baje las defensas. ¿Y qué tal lo mueve Grave Encounters en este apartado? Pues aunque no resulte del todo creíble, hay que reconocer que tiene carisma y se lleva al espectador al huerto con relativa facilidad, merced a un uso acertado de la luz, el sonido y el tempo narrativo.
La segunda parte de la película, la de los “¡Buuuu!”, los gritos y las carreras, ya resulta algo más problemática, pues aunque no cabe duda de que es intensa, también es muy tópica (sobre todo el tramo final, demasiado similar a REC. y REC. 2), y desde luego demasiado explícita: yo hubiera preferido que se viesen menos cosas y se sugiriesen más. En todo caso, Grave Encounters supone un competente filme de sobresaltos para ver con los amigos durante una noche de Halloween. La pasan la madrugada del martes 11 en una maratón, y yo creo que en ese contexto la gente se cagará viva.
Hobo with a Shotgun (Jason Eisener. Canadá, 2011)
Como segunda opción de la sala de visionados (y última peli del día) me he decantado por Hobo with a Shotgun, cuarta entrega de la saga Grindhouse (las otras tres, ya se sabe, fueron Planet Terror, Deathproof y Machete), en esta ocasión con un espectacular Rutger Hauer como vagabundo vengador, al que se le hinchan las pelotas de ver cómo el mafioso local extorsiona, tortura y mata a todo quisqui según le viene en gana, y decide pacificar la ciudad escopeta en mano, reventando cabezas, tripas y hueveras a diestro y siniestro.
Aunque no tenga mucho sentido hacer un análisis profundo (en plan Cahiers du Cinema) respecto a una obra cuyas escenas cumbre incluyen una decapitación con una tapa de alcantarilla, o a dos tipos entrando en un autobús escolar con un lanzallamas y procediendo a incinerar a todos los niños (mientras en su radiocasette suena a toda leche el tema “Disco Inferno”), sí que es justo reconocer que Hobo with a Shotgun es la mejor película del proyecto Grindhouse hasta la fecha, la depuración definitiva de una fórmula que empezó con paso dubitativo (ni Planet Terror ni Deathproof convencieron del todo), pero que a base de prueba y error ha acabado encontrando la justa medida entre parodia, homenaje y personalidad propia.
Rutger Hauer revela a Charles Bronson como "justipordiosero" de la ciudad
Ayuda, claro, la feroz interpretación de un Rutger Hauer que tiene pinta de habérselo pasado teta (son impagables sus caras de “What-the-Fuck?” ante la visión de las constantes salvajadas que cometen sus enemigos), pero también ayuda el despliegue de ultraviolencia grand-guignolesca (aquí se pasan de rosca bastante más que en las otras tres pelis juntas), la logradísima estética de trash cinema ochentero, el altísimo ritmo de la acción y la vuelta de tuerca final de “La Plaga”, una pareja de asesinos a sueldo sencillamente NECESARIOS, que aportan a la historia un delirante giro hacia el fantástico más bizarre (en su guarida tienen encerrado a un pulpo gigante, no digo más).
Hobo with a Shotgun supone una verdadera cumbre del cine basura más exuberante y desacomplejado, un festín para los amantes de lo grueso. Así es la vida, no nos podemos estar todo el día leyendo a Proust. A veces te apetece un delicado filet mignon, y a veces simplemente matarías por una buena hamburguesa con patatas. Para esos momentos existen películas como ésta./>
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