INFIERNO BLANCO crítica: Superviviente… O no

Superviviente... O no Liam Neeson participa en un reality de supervivencia basado en jugar con lobitos cabreados en la nieve Por Da II

<Desde luego, si algún día uno se queda tirado, ya sea por accidente o una curiosa abducción, en mitad de Alaska, o de la estepa o de la selva más tropical, pues preferirá tener como compañero de fatigas al rambito inglés protagonista de la televisiva serie Superviviente que a esta pandilla de petroleros chapuceros cuya sentido de la vida parece que fuera cebarse a base de buen chuletón gringo y jarras de cerveza para servir de aperitivo a una manada de lobos con muy mala leche.

   En este género de las películas de bichito asesino siempre hay que atribuir cierta cualidad humana al animalejo en cuestión. Darle un toque de maldad, vamos, y la maldad es un rasgo distintivo y único del animal más bestia de todos: el hombre. Así a un tiburón, por ese punto de maldad, le da por en vez de cazar para alimentarse por mordisquear a todo bañista que se cruza en su camino porque le sale de las narices o porque no le gusta la moda de bikinis de ese año. Claro que es punto de mala baba que si se le puede inculcar a una pitón, un cocodrilo o una cucaracha cabreada de turno, debe de ser tratado con exquisita moderación, porque en caso contrario se corre el riesgo de que el comportamiento del bichejo resulte del todo antinatural y por lo tanto poco creíble.

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   Y en esta película, el comportamiento de los lobitos pasa esa línea de la maldad básica para dar la sensación de que tienen una cuenta pendiente con los chicos que sobreviven al accidente aéreo, en especial con el Jedi, Liam, como si les debiera dinero, o fueran aficionados radicales de equipos rivales, o quizá porque el lobo que mata al principio de la película fuera el hermano del cabecilla de la jauría. Todo ello con un enrevesado intento de explicación acerca de líderes Alpha, novatos Omegas, y algún que otro lobezno pervertido que responderá al nombre de Beta, supongo. No termina nunca de funcionar del todo que el animal en cuestión le tome tanto rencor personal al personaje principal, ya que lo humaniza demasiado, alejando el miedo natural hacia lo salvaje para transformarlo en el que se le tendría a un psicópata con una sierra.

   Aun así, el comportamiento de los perritos no lastra demasiado la negociación de la película, porque con buen criterio el director la trata como una amenaza latente más que como una presencia continua, con buen criterio dado que eso suele convertirse en una pesadez. El problema es que esa amenaza no acaba de cuadrar la angustia necesaria. Entre otras porque tampoco a los protagonistas parece agobiarles demasiado, a pesar de que se los van pelando uno a uno. En especial, al amigo Neeson que se pasa toda la película más preocupado de sus fantasmas interiores de que de los colmillos que lo acechan en el exterior.

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   Quizá sea porque los aborregados ocupantes del avión fueran más de ver realities que de engancharse a Superviviente, pero desde luego no se pertrechan demasiado y eso que tienen a su disposición todo un amasijo de hierrajos del destrozo del accidente para lograrse diversas armas improvisadas (tampoco parece ser que fueran demasiado de seguir McGyver) apenas se preocupan de llenar una cantimplora con algo de queroseno para ir haciendo barbacoas durante el camino. Ni siquiera se les ocurre agenciarse un barrita de hierro para que les sirva tanto como garrote como bastón para ayudarse en el camino. Ni en el bosque, como haría cualquier niño que pasea por el bosque, agarran una rama gorda, por si acaso. Aunque eso sí, como buen irlandés, el amigo Liam se agencia con todos los botellines de alcohol del avión. Solo le faltaba haber cargado con un barril de Guiness. Ni siquiera comprueba si la escopeta con el cañón roto funciona al estilo de las recortadas que utilizaba Torete en sus atracos. Claro que durante la huida están más preocupados por pararse a contar sus batallitas que en darse marcha para escapar de los lobos, a quienes por cierto les importa un bledo que haya precipicios o cañones, que ellos van a lo suyo, mientras los pobres humanos se las tienen que ingeniar para superar los lindes de la naturaleza.

   Son el seguido de incongruencias, o la falta de atención a los detalles, las que de verdad lastran la película, como si la gran y única preocupación de todo el entramado del film hubiera sido rejuntar y acoplar los impresionantes paisajes y los primeros planos de Liam Neeson, que logra una interpretación lograda, algo por de debajo de su habitual nivel, eso sí, para lograr la conexión entre el infierno interior y el exterior, entre la vida y la muerte, que si bien es la estructura fundamental y resulta lograda se queda en un simple armazón, deslucido por la coherencia que dan los detalles bien resueltos, como una casa de armazón perfecto pero sin la vida que dan esos detalles que la convierten en un hogar. Hasta un final desganado y que al menos demuestra que el director es un gran admirador de lobezno porque una versión cutre de las garras del mismo son con las que se arma Neeson para el último combate, con lo bien que le hubiera ido una espada de luz./>

INFORME VENUSVILLE
		Sentencia Quaid: Dos Caras Harvey
		Recomendada por Kuato a: todos ese madurotes que en su niñez lloraron cuando el amigo De La Fuente narraba como se cepillaban a los lobeznos en sus madrigueras. Luego crecen.
		No recomendada por Kuato a: los que tengan miedo a volar. El traqueteo del accidente de avión realmente está logrado. Como para respirar hondo ante las próximas turbulencias.
		Ego-Tour de luxe por: los gorritos de lana, o visera directamente, con la que se abrigan los muchachotes en pleno temporal de nieve. Claro que, como sería lógico, si se suben la capucha entonces no se ven los rostros y se acaba eso de la interpretación.
		Atmósfera turbínea por: la traducción del título. Un arte de oscuras razones. Ya no es cuestión de por qué demonios se llama “Lobo rris” si no a quién demonios se le ocurrió la horterada más que típica de “Infierno blanco”.

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