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Bailando con Pocahontas James Cameron se nos pone tierno y nos cuenta la ñoña historia de un soldadito bueno que se enamora de una indita clavada a Pocahontas |
EL HOMBRE DE BOSTON
<Es triste pedir pero más triste es tener que rendirse a la evidencia: en estos trece años de ausencia cinematográfica, James Cameron se ha hecho viejo y se ha convertido en un ancianito que se emociona sábado a sábado con las pelis programadas en Cine de barrio. Nos lo podíamos esperar de Guillermo del Toro (Hellboy ya se emborrachó y cantó canciones románticas cual colegial encoñado), Tim Burton (Willy Wonka olía a programa de Torrebruno por los cuatro costados), Peter Jackson (un poco más y convierte a King Kong en un sosias gigante de Mimosín), y de Steven Spielberg (¿qué película suya no debe mantenerse lejos del alcance de los diabéticos?), pero jamás de James Cameron.
Sólo así se explica que haya convertido su regreso al fantástico con la obra llamada a revolucionar el cine en general y la ciencia ficción en particular, en una peliculita de amor ñoñito y ramplón con buenos muy buenos, malos muy malos, y mensaje ecologista incorporado, para poder ser proyectada y disfrutada en sesiones infantiles con toda la familia (pausa para vomitar).
"Pon más cara de pena, las ancianitas de la tercera fila aún no están llorando" |
Ya apuntó maneras sensibleras en Titanic, pero como ésta se enfocó desde el principio como un melodrama romántico supino, creímos que no había motivos para dar la alarma, que era flor de un día, y que en cuanto regresara a la ciencia ficción, volvería a obsequiarnos con su violencia descarnada, sus alienígenas asesinos, sus robotitos letales, sus historias terroríficas, y sus películas clasificadas para adultos y menores de catorce años acompañados.
"James Cameron se baja los pantalones, se pone a cuatro patas, y deja que cada uno de los guerreros Na’vi le penetre analmente con su trenza" |
Nada más lejos de la realidad. El hombre que nos deleitó y acojonó a partes iguales con aliens y terminators, el mismo al que le ponían las tías soldado con más músculos que Schwarzy, y para quien saltar en pedazos asiendo una bomba de bolsillo a cuatro manos con una marine marimacho, era lo más parecido a una declaración de amor, se nos pone tierno y nos cuenta ahora la ñoña historia de un soldadito cojo como el de plomo que se enamora, no de una bailarina, sino de una indita clavada a Pocahontas, plagiando lo peor de Bailando con lobos y El último samurái. Una historia de amor blandita como un merengue que enfrenta al Bien y al Mal, donde los buenos muy buenos son pitufitos silvestres que viven en armonía con la naturaleza, y los malos muy malos militares a los que sólo les faltan los cuernos y la cola, amén de una moralina ecologista tan barata como no se veía desde el anuncio de los “pezqueñines”.
"Pues yo diría que la Pitufina era un retaco de no más un cuarto de palmo..." |
Es lo último que nos faltaba por ver. Si 2001, Alien, Blade Runner, Terminator y Matrix, revolucionaron el cine fantástico con películas destinadas al público inteligente sin concesiones de cara a la galería, por muy alto que fueran sus presupuestos, James Cameron, hasta el momento el director de cine fantástico con más huevos del planeta, capaz de desafiar las leyes de la industria cinematográfica estándar, poner a ésta en jaque y salir airoso del envite, se baja ahora los pantalones, se pone a cuatro patas, y deja que cada uno de los guerreros Na’vi le penetre analmente con su trenza (eso sí que es un “vín-culo”, ¿verdad, James?), con tal de recuperar la morterada de dólares invertida (Cameron ha filmado, una vez más, la película más cara de la historia), y hace de Avatar cine ramplón, ñoño y sensiblero para jovencitos prepúberes, mujeres embarazadas y yayas con alzeimer, que no saben distinguir entre un alien facehugger y un mocho sin palo.
Resiste Ridley, que ya sólo nos quedas tú./>
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