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RICHARD MATHESON reportaje: Richard Matheson es leyenda

   Para El último hombre vivo (segundo intento de filmar el clásico), los guionistas decidieron subsanar el problema de la adaptación cortando por lo sano, y utilizaron la novela como un mero punto de partida a partir del cual construir una historia propia, hecha a medida para el lucimiento de Charlton Heston, su estelar protagonista. Ni la historia ni el elenco de personajes de El último hombre vivo tienen prácticamente nada que ver con lo que explica la novela: aquí Robert Neville no es un tipo torturado, alcohólico y moralmente roto, sino el típico héroe cínico y de personalidad roqueña al que Heston ha personificado tantas y tantas veces (y tan bien, por cierto: El planeta de los simios, El señor de la guerra, Cuando el destino nos alcance, etc…), mientras que sus enemigos no son vampiros, sino una patillera secta de mutantes albinos llenos de pústulas, tocados con túnicas encapuchadas y gafas de sol (bueno, la película es de principios de los setenta, y ya sabemos que el sentido del ridículo era una sensación desconocida por aquel entonces), que se refieren a sí mismos como “la familia”, lo cual hasta levantó cierta polémica durante el estreno, debido a los supuestos paralelismos con la  “familia” Manson, cuyos miembros justamente acababan de ser condenados por diversos asesinatos (entre ellos el de Sharon Tate, la esposa de Roman Polanski).

   A pesar de sus esfuerzos por fabricarse una personalidad propia, y de la innegable espectacularidad de algunas de sus imágenes (los planos generales de un Los Ángeles completamente desierto, en una época muy anterior a los efectos digitales), El último hombre vivo es una película corta de miras, estrafalaria, terriblemente caduca (hoy día es imposible verla sin soltar alguna que otra carcajada… y sin echar un vistazo al reloj cada veinte minutos), y llena de decisiones narrativas equivocadas. El hecho mismo de transformar al protagonista en una especie de Doc Savage a medio camino entre el genio científico y el superhéroe de acción (capaz de liquidar mutantes de tres en tres, a la vez que desarrolla una vacuna milagrosa para la epidemia) desnaturaliza el relato por completo, al hacer inútil cualquier posible reflexión sobre la raza humana en conjunto (ya que el Robert Neville de Charlton Heston no es ni mucho menos un ser humano común y corriente, sino un ser excepcional, una especie de “elegido”). El último hombre vivo es, en suma, una película mediocre.

 

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Los zombis de El hombre Omega y el desconocido sentido del ridículo de los 70

 

 

La nueva versión

   Y así llegamos a la última versión, dirigida por Francis Lawrence (¿he dicho ya que este tío es el gilipuertas que dirigió Constantine? Sí, creo que ya lo he dicho), protagonizada por Will Smith y arropada por una avasalladora campaña de marqueting y un presupuesto mareante. La película, por primera vez, se titula igual que el libro: Soy leyenda. Lamentablemente, ahí acaban las similitudes. La nueva Soy leyenda puede entenderse como el choque entre un objeto inamovible y una fuerza imparable. El objeto inamovible sería en este caso la novela de Matheson (en tanto que, como ya hemos visto, al parecer resulta casi imposible adaptarla sin meter la pata), mientras que la fuerza imparable sería la poderosa maquinaria de Hollywood, cuya única intención al adaptar un libro como éste es generar un nuevo blockbuster de temporada, sin importar lo que se lleve por delante. El resultado de dicha colisión es, por supuesto, una película que se queda en tierra de nadie, que no consigue contentar ni a los exigentes fans del libro (a los que les parecerá una bobada de dos horas), ni a los despreocupados consumidores de películas palomiteras (que probablemente dirán que es demasiado lenta y le faltan tiros).

   Todos cuantos hemos leído la novela teníamos claro que los cánones y las servitudes de una superproducción hacían imposible respetar el espíritu de la novela original, especialmente en lo que respecta a su demoledor final; sencillamente, no hay hoy en Hollywood un productor que tenga los suficientes huevos como para rodar una versión de "Soy leyenda" de 150 millones de dólares (y con una “superstar” como Will Smith al frente) manteniéndose fiel a los sucesos que ocurren en el libro (la estúpida idea de que el público no sabe pensar por sí mismo y exige explicaciones sencillas, finales felices y una diferenciación bien clara entre “buenos” y “malos”). En este aspecto, seguramente hubiese sido más deseable una adaptación indie, con menos presupuesto pero también más libertad creativa, al estilo de 28 días después (obra que a su manera captura de un modo bastante más certero la angustia transmitida por el libro de Matheson).

 

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Will Smith cae de culo ante la dificultad de adaptar "Soy leyenda" como es debido

 

   Así pues, estaba bastante claro que por mucho que el planteamiento de la película se mantuviese más o menos fiel a las esencias del libro, el planchazo llegaría más pronto o más tarde. Sin embargo, no por esperada la decepción (cuando finalmente se produce) es menor. Y es una lástima, porque al menos durante sus primeros cuarenta minutos de metraje, Soy leyenda sabe desarrollarse con inteligencia, sacando el máximo partido a su monumental puesta en escena (la representación del desolado centro de Manhattan es perfecta), y logrando incluso cierta majestuosidad en la utilización de la profundidad de campo para sugerir una sensación de soledad infinita (al tiempo que engañosa, porque al fin y al cabo el protagonista sabe que no está sólo: también están “ellos”).

   El director sabe dividir el espacio narrativo en dos mundos opuestos: el mundo de la luz (devastado, ominoso, silente), y el de la oscuridad (la primera entrada de Neville en la “boca del lobo” donde moran los monstruos, siguiendo a su perro, marca el mejor momento de la película: una escena brillantemente planificada que exuda estilo, tensión y sensación de peligro por todas partes). Y Will Smith logra convencernos de que es Robert Neville, un hombre que lo ha perdido todo, atrapado en una situación desesperada, sin salida, sin futuro. Resignado a no volver a tener jamás otro compañero de conversación que su perro.

 

  " El resultado es una película que se queda en tierra de nadie al no conseguir contentar ni a los exigentes fans del libro, ni a los despreocupados consumidores de películas palomiteras"  

 

   Pero de pronto salen los monstruos, y todo se empieza a ir a la mierda. La película se vuelve facilona y tópica, evitando cualquier devaneo moral, cualquier zona de grises: lo más terrible de los vampiros del relato original era que, en esencia, no eran seres malvados, simplemente eran diferentes a nosotros y NECESITABAN consumir sangre humana para sobrevivir. Además, eran una raza de criaturas socialmente complejas, con sus miedos, sus anhelos y su código de valores. En cambio, los infectados (porque esta vez tampoco son vampiros: son infectados) a los que se enfrenta Will Smith son meros bicharracos unidimensionales, carnaza saltimbanqui al estilo de las criaturas de cualquier videojuego en la onda de Doom o Resident Evil, sin el menor matiz psicológico, y que simplemente están ahí para que alguien les dispare o los haga volar por los aires.

   Pero eso no es lo peor. Lo peor viene después. Lo peor es un súbito giro de guión de una estupidez casi ofensiva (no entraré en detalles, pero tiene que ver con la aparición en escena de dos nuevos personajes), a partir del cual la película entra en fuga, y continúa en caída libre hasta estrellarse con un final de pacotilla que, no sólo resulta lamentable por sí mismo, sino que traiciona y aniquila toda la naturaleza de la historia original, todo su hálito trágico (y hasta el mismo sentido del título, con una última frase de lo más cutre y tramposa).

 

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"¡La próxima vez que una adaptación sea un marrón como éste avisadme antes, joder!"

 

  Es como si, tras una hora de hacer las cosas bien, de mantener un ritmo pausado, contenido, centrándose en los silencios, las reflexiones y las angustias del protagonista, al autor del guión le hubiese entrado un súbito ataque de “horror vacui”, y hubiese decidido tirar por el camino de enmedio con la habitual ración de explosiones, bofetadas, diálogos imbecilizantes y soluciones argumentales postizas. De repente, Soy leyenda deja de ser una adaptación de libro de Richard Matheson, para convertirse en un remake de la película de Charlton Heston (salvo por los mutantes albinos con gafas de sol, casi todo el tercer acto es prácticamente calcado al de El último hombre vivo).

   En definitiva, Soy leyenda empieza siendo la mejor adaptación posible del clásico de Richard Matheson, y acaba siendo la peor con diferencia. Los méritos de su tramo de inicio no son ni mucho menos suficientes para redimir el completo desastre que es toda su parte final, y uno acaba deseando que se acabe cuanto antes para que no les de tiempo a cagarla más. Para cualquiera que haya disfrutado leyendo la novela, el cabreo y la sensación de estafa es tal, que acaba por hacer buena aquella frase genial del crítico Roger Ebert, que dice: “el único motivo para hacer una película como ésta, es ganar dinero. El único motivo para ir a verla, es querer gastarlo”./>

 

 

 

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