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Maratón robótica De una en una o de tres en tres, tener Por Chema Pamundi |
<Sesión especial de Phenomena bajo el paraguas del Salón del Cómic de Barcelona. Una “Maratón robótica” con tres películas que acertadamente tocaban un amplio espectro del cine de ciencia-ficción: estaba la gran superproducción palomitera (Matrix), el clásicazo imprescindible (Almas de metal), y la rareza de serie B para aficionados ávidos de ampliar currículum (Hardware). El hecho de que la cosa tuviera lugar en sábado, que el precio fuese de 12 euros (sorprendentemente, a la gente le parecía caro), y que cascarse tres títulos en canal supone un verdadero tour de force, acabó limitando un tanto la afluencia de público (así a ojo, algo menos de media entrada; lo cual sigue siendo mogollón de gente, ojo). Una pena, porque temáticamente fue una de las sesiones más sólidas que se han programado hasta ahora en Phenomena (aunque más que “maratón robótica” debería haberse llamado “maratón de robots hijoputas”), y por si fuera poco tuvo su momento de turbulenta polémica. Veamos lo que dio de sí la noche.
Matrix
Nunca he llegado a tener una opinión clara sobre Matrix, y esta nueva oportunidad de verla en pantalla grande no hizo nada por aliviar mis dudas. Si acaso, polarizo todavía más mi opinión al respecto. De una parte, su peso como icono de la ciencia-ficción es innegable (y esto no es algo que se haya ganado con el paso del tiempo; el mismo día de su estreno allá por el año 99, a los diez minutos de metraje, uno ya tenía meridianamente claro que estaba viendo algo importante). Dicho peso se sustenta en una apreciable valentía conceptual, un ritmo vigoroso, unas escenas de acción despampanantes y una fuerza visual que supo capturar a la perfección el zeitgeist de la época (méritos, todos ellos, que los Wachowski no supieron reproducir en ninguna de las secuelas).
"Mucho futuro y mucho robot, pero la televisión pública sigue siendo una mierda"
Sin embargo, en lo narrativo me sigue pareciendo una película partida en dos, con una mitad dedicada a la especulación filosófica sobre la meta-realidad y todo eso (interesante aunque superficial, y lastrada por un guión cuya lógica hace aguas ante cualquier escrutinio puntilloso), y otra mitad que cae de bruces en todos los peajes del cine espectáculo más trillado (set pieces de una coreografía impecable, pero que rebajan el nivel del discurso). Que se la compare con Blade Runner o 2001: una odisea del espacio me parece tremendamente exagerado.
Aún así, al césar lo que es del césar: probablemente sea la última película seminal de ciencia-ficción que haya surgido de unos grandes estudios (sí, Origen está muy bien, pero no ha dado lugar a ninguna moda), y desde luego es la última vez que unos efectos especiales han logrado conectar con la audiencia de una sala de cine y transmitirle cierto “sentido de la maravilla” (nada ha vuelto a ser lo mismo desde la escena del “bullet-time” entre Neo y el agente Smith). Desde entonces, hemos perdido un poco la capacidad de quedarnos boquiabiertos. De algún modo, sí, hay que reconocer que como espectadores vivimos un poco en Matrix. Ahí los Wachowsky la clavaron. Por supuesto, el público del Phenomena está mucho menos cargado de puñetas que yo, y la disfrutó a saco.
Almas de metal
Bastante más simpática que la distopía digital de los Wachowski, tal vez por pertenecer a una época en la que el cine de ciencia-ficción era más desenfadado, más naif y menos discursivo que en nuestros tiempos (también, todo hay que decirlo, era menos tomado en serio), es Almas de metal, del director/escritor/gurú Michael Crichton. Pese a que su look y sus apuntes tecnológicos no pueden verse más pasaditos, lo que cuenta la película (y sobre todo cómo lo cuenta), sigue plenamente vigente. Almas de metal funciona a todos los niveles: es visionaria, inquietante, divertida, irónica, entretenidísima, y encima tiene la gracia de poder verse como una suerte de ensayo general por parte de Crichton de lo que, décadas más tarde, sería su novela “Parque Jurásico”.
"Seis más como yo, y tendremos `Los 7 robots magníficos`"
Por eso precisamente es difícil de entender la actitud de parte del público de la sala, que al parecer no sabe diferenciar entre una sesión de cine festivo y una verbena. Una cosa es convertir el pase de Grease de hace dos semanas en una fiesta, en un constante cantar, silbar y aplaudir (la peli se prestaba a ello), y otra muy distinta reírse de un clásico como Almas de metal soltando chistes a grito pelado incluso en sus escenas de mayor tensión. Posiblemente los culpables fuesen un espectro de público joven que no ha crecido con las películas de los 70 y 80 como referente cultural, y que las ven sin interés por el contexto cinematográfico, como si fueran un mero sketch alargado del “Mundo viejuno” de Muchachada Nui (jiji-jaja, y a otra cosa). En el descanso tras la película, un cabreadísimo Nacho Cerdá tomó el micro y salió a escena para recriminar su actitud a esa minoría de energúmenos; quizás se excedió al tildarlos de “chimpancés”, pero en el fondo tenía más razón que un santo.
Hardware
La última de la tanda, Hardware, contó con la presencia de su director Richard Stanley (un tipo bastante imponente, un poco con aspecto de jefe indio retirado), que subió a decir las palabritas de rigor y se quedó a ver la peli; de hecho diría que se cascó la maratón entera, y en los descansos atrajo el interés de no pocos fans, haciéndose fotos con ellos y respondiendo amablemente a sus preguntas (muy majo el hombre). Hardware es una serie B australiana de 1990 ambientada en un mundo futuro postapocalíptico, y va sobre un robot asesino y aparentemente indestructible que acosa a una muchacha en su apartamento (y digo lo de “aparentemente indestructible”, porque el sistema que emplean al final de la cinta para liquidarlo es de lo más tontaina jamás visto en pantalla). Los principales valores de Hardware son el desparpajo y entusiasmo friki que destila (su presupuesto visiblemente insuficiente no impidió a Stanley rodar exactamente la historia que quería contar), y su valor como pieza histórica, pues está basada en un cómic corto de la revista británica 2000 AD (originalmente ambientado en la tierra maldita del Juez Dredd, para más señas).
"Joder, parezco el T-800 con el cuello de E.T."
Por desgracia, ahí acaba todo lo bueno de Hardware. El resto, mediocridad: un look acartonado, un ritmo mortífero, un montaje a ratos confuso (sobre todo en las escenas de acción), un robot asesino involuntariamente hilarante, y mucha saturación de luces rojas para disimular las carencias de puesta en escena. En su día me la zampé dos veces (una en el Festival de Sitges, y otra cuando se estrenó en cines), cosa que no entiendo. El que desde entonces haya caído casi por completo en el olvido ya es bastante más fácil de entender. Más allá de cualquier defensa corporativista del cine de género como si fuera un acto de fe religiosa (no se trata de dejar bien cualquier película de sci-fi por el mero hecho de que exista), no queda otra que reconocer que Hardware es, a día de hoy, una obra bastante prescindible.
Y eso fue todo. Acabada Hardware nos retiramos hacia nuestros cubículos, con los ojos pegados por el sueño (eran las tres de la madrugada pasadas), pero el alma henchida tras otra gozosa velada de cinefagia fina. Ahora solo queda sobrevivir como se pueda hasta la próxima convocatoria (jueves 24 de mayo: nada menos que Cobra y Calles de fuego ¡Ñam!)./>
> PHENOMENA The Ultimate Cinematic Experience
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