Segundo contacto: E.T., el extraterrestre
En un principio, la intención inmediata de Spielberg tras el estreno de Encuentros en la tercera fase era rodar una secuela (otra prueba de que el tema era para él algo más que una simple afición). Sin embargo, cuando los directivos de Columbia arrugaron la nariz, Spielberg decidió no forzar su suerte una segunda vez, limitarse a reestrenar una edición especial de Encuentros... más a su gusto (con algunos cortes y escenas adicionales de interés meramente cosmético) y dejar descansar algunos años el tema de los extraterrestres (esta decisión, dicho sea de paso, posiblemente le salvó de encasillarse y acabarse convirtiendo en un director de serie B al estilo de George A. Romero, que parece que sólo sabe hacer películas de zombis).
Entonces, en 1982, tras volver a reventar las taquillas de medio mundo con En busca del arca perdida, que le granjeó el apelativo de “Rey Midas de Hollywood” (lo cual quería decir que había alcanzado ese estatus en el que podía rodar lo que le diese la gana), Spielberg se descolgó con estas declaraciones “visionarias”: “Ya he tenido suficiente éxito. Ahora voy a permitirme un fracaso. Voy a hacer una película sobre mi infancia. Quizá gane un poco de dinero con ella porque va a tener una criatura extraterrestre, pero es tan personal que probablemente terminará en fracaso. Se llamará E.T.”.
"Tú cuando te despidas nada de abrazos de mariquita, tú la mano como los hombres"
E.T., el extraterrestre, nació de la mezcla de tres proyectos frustrados de Spielberg: la cancelada secuela de Encuentros en la tercera fase, un borrador de guión titulado After School, que debía tratar la vida de los niños en edad escolar desde que salen del colegio por la tarde hasta que llegan a sus casas para cenar, y Night Skies, otra historia de ciencia-ficción en la que un comando de extraterrestres asedia a una familia encerrada en una casa de campo. Spielberg no encontró apoyos para rodar su secuela de Encuentros..., no sentía que la historia de After School tuviese el suficiente punch para funcionar, y tampoco tenía ganas de mostrar alienígenas malignos como los de Night Skies, que contradijesen y banalizasen el mensaje de Encuentros en la tercera fase. Así que mezcló las tres historias (cambiando al comando de Night Skies por una expedición de extraterrestres buenos que se dejan olvidado en la Tierra a uno de sus congéneres), y de allí salió E.T..
El mensaje de E.T. es el mismo que en Encuentros... (los niños tienen abierta una vía de acceso al mundo de la fantasía, que equivale a una forma de pensamiento más pura y elevada, y por tanto les permite conectar fácilmente con entidades también más elevadas), pero tamizado por el esquema del drama familiar. Mientras que en Encuentros... Spielberg adoptaba unos modos grandilocuentes y operísticos (con el único resultado de pasarse de vueltas), E.T. es una historia pequeña, narrada a media luz y con tono de cuento infantil.
"Voy a hacer una película sobre mi infancia, es tan personal que probablemente terminará en fracaso. Se llamará E.T. " |
A pesar de esta falta de pretensiones, Spielberg lleva de hecho mucho más lejos los temas fundamentales de Encuentros en la tercera fase. Y eso se debe a que E.T. es la película más autobiográfica de la carrera de Spielberg. En ella está todo: el niño retraído, inteligente y solitario (Steven tenía tres hermanas menores con las que no conectaba, y siempre jugaba solo), las burlas por parte de sus compañeros en el colegio, el trauma por la desaparición de la figura paterna, la aburrida vida de la clase media suburbial norteamericana... En un entorno en el que Elliott se siente incomprendido e infeliz, encuentra una vía de escape cuando le cae literalmente del cielo un amigo, con el que conecta de manera inmediata y sin apenas necesidad de palabras, porque ambos hablan el mismo lenguaje emocional. Su simbiosis es tan perfecta que alcanzan el punto de experimentar a la vez las mismas sensaciones (cuando E.T. se emborracha o enferma, a Elliott le ocurre lo mismo). Elliott, en resumen, realiza en la pantalla lo que Spielberg siempre había querido que le ocurriese en la vida real: sentirse querido y especial.
La incomprensión de los adultos en E.T. es todavía más extrema y furibunda que en Encuentros en la tercera fase. Los adultos están tan fuera de onda respecto al mundo de E.T., les parece tan inconcebible, que muchas veces ni siquiera pueden ver a la criatura extraterrestre (la madre de Elliott lo tiene ante sus narices en varias escenas sin enterarse, confundiéndolo con un peluche o creyendo que es su hija pequeña disfrazada). Spielberg nos alerta aquí sobre los peligros de perder el anclaje con la infancia y de que, cuando se intente recuperarlo, sea ya demasiado tarde. Eso es lo que le ocurre al “hombre de las llaves” (Peter Coyote), el científico que se pasa toda la película persiguiendo a E.T., pero que nunca conseguirá comunicarse con él como lo hace Elliott. El hombre de las llaves llega a decirle a Elliott en un momento dado “Él (extraterrestre) vino a mí también. He deseado esto desde que tenía 10 años”. Sin embargo, su tiempo ya ha pasado.
"Brokeback Monster: más fuerte que la razón"
Si en E.T., el comportamiento de los adultos parece todavía más agresivo que en Encuentros..., es porque siempre los vemos a través de ojos infantiles. Spielberg lo planifica casi todo mediante encuadres de cámara bajos, que mantienen el punto de vista de un niño y que muchas veces nos ocultan las facciones de los adultos, para despersonalizarlos y acentuar su alejamiento del universo infantil, en un recurso similar al que utilizaba Schulz en las tiras cómicas de Carlitos y Snoopy (otro magistral retrato del mundo infantil en el que los adultos nunca aparecen, y ni siquiera tienen voz). De nuevo, Spielberg está intentando subrayar con más fuerza lo que cree que no había quedado esencialmente claro en Encuentros en la tercera fase.
Si E.T. triunfa donde Encuentros en la tercera fase marraba el tiro, es por el cambio de tono y la sutileza de Spielberg tras la cámara. E.T. es una película mucho más humana, que genera una empatía incondicional en el espectador y que encoge el corazón, mientras que Encuentros en la tercera fase sólo lograba alegrar la vista (cuando E.T. se despide de Elliott iluminando su dedo y diciéndole “estaré aquí mismo”, en la sala no queda un solo pañuelo seco). Evidentemente, a ello contribuye de manera decisiva el impresionante trabajo de Carlo Rambaldi y los demás técnicos que dieron forma y vida a la criatura del espacio, y que durante toda la película hacen olvidar que lo que tienes frente a tus ojos no es más que un montón de látex y cables. Pero el factor más importante es que E.T. es, antes que una película de marcianos, una de las más grandiosas fábulas que jamás se hayan rodado sobre la amistad.
Pérdida de contacto: Spielberg madura
De nuevo, la temática extraterrestre había proporcionado a Spielberg un taquillazo (el mayor de toda la historia del cine hasta ese momento), y una penetración en el imaginario popular incluso más profunda que la experimentada con Encuentros..., llegando a extremos tan surrealistas como ser declarado hombre del año por el diario francés Liberation, o recibir la Medalla de la Paz de la ONU. Por lo tanto, Spielberg se calmó un poco y, esta vez sí, aparcó a sus alienígenas y se embarcó en otros proyectos.
Sin embargo, aunque entre 1983 (E.T.) y 2005 (La guerra de los mundos) no rodó más películas con extraterrestres, durante ese lapso de tiempo sí que se permitió ampliar al resto de su cine su idea sobre la recuperación de la magia infantil, como en Hook (un Peter Pan que ha crecido y ha perdido su empatía con el mundo de lo maravilloso), en Parque Jurásico (el sueño genético de un millonario excéntrico que se comporta como un niño al que le ha tocado la lotería), en Poltergeist, virtualmente co-dirigida con Tobe Hooper (en la que de nuevo los niños son los primeros en contactar con el elemento fantástico), o en sus capítulos para el filme En los límites de la realidad (por medio de la fe, los ancianos de un asilo vuelven a ser jóvenes por una noche), o para la serie de TV Cuentos Asombrosos (al volver de una misión durante la II Guerra Mundial, un bombardero va a estrellarse porque una de sus ruedas de aterrizaje está destrozada, pero uno de los ocupantes, que es un dibujante de gran talento, consigue con su imaginación “fabricar” una rueda de dibujos animados que les permite tomar tierra sanos y salvos). Y por supuesto, en otros productos como Atrápame si puedes (un hombre-niño que engaña a los adultos merced a su sorprendente capacidad para fantasear) o I.A., Inteligencia Artificial.
"Esta vez como no quiero arriesgarme te pondré de compañero un robot hetero-gigoló"
Respecto a Inteligencia Artificial, conviene aclarar que, aunque me parece una película fenomenal, si queda algo marginada en este artículo es porque se desvía un tanto del tema que nos ocupa. I.A. no es ni una película DE extraterrestres, ni una película CON extraterrestres. Pese a lo que muchos creen, los seres que aparecen al final del metraje y resucitan temporalmente a la madre de David (en el guión se referían a ellos como “especialistas”) no vienen de otro mundo; son simplemente la evolución biomecánica de nosotros mismos. Los herederos del ser humano, en una época en la que el ser humano se ha extinguido, ya no existe. Son máquinas super-evolucionadas, capaces de pensar y sentir por sí mismas, y en este aspecto, más humanos que los propios humanos.
No obstante, si su origen es o no extraterrestre es lo de menos, pues lo cierto es que muestran suficientes similitudes con los alienígenas comunes a toda la obra de Spielberg: más avanzados tecnológica y emocionalmente que los humanos, básicamente benévolos, y con una capacidad innata para conectar con el mundo de los niños.
"Los seres que aparecen al final de I.A. no vienen de otro mundo, son simplemente la evolución biomecánica de nosotros mismos" |
Inteligencia Artificial cuenta con muchas otras similitudes del cine de extraterrestres de Spielberg. La más llamativa de todas ellas es su protagonista, el “mecha” David, un trasunto mecánico del Elliott de E.T., pues comparte con aquel su naturaleza de niño solitario, y su persecución de un sueño que hunde sus raíces en el mundo de la fantasía y de los cuentos infantiles. Elliott quería tener un amigo al que querer. David quiere ser humano, y que su madre le quiera (una vez más, los ecos de Pinocho; de hecho, I.A. es básicamente una reescritura post-moderna del cuento de Collodi). Y ambos se encuentran en su camino con la incomprensión y la desconfianza de los adultos (en I.A., la inocencia de los niños es substituida por la de los “mechas”: extremadamente inteligentes pero víctimas de su falta de malicia).
Lo más interesante de I.A. a este respecto, es que muestra un giro de Spielberg hacia derroteros más oscuros y nihilistas. Ni siquiera la inmersión de David en la fantasía le sirve para escapar a un destino cruel, a una realidad opresiva, y a una mentira (su madre le dice finalmente que le quiere, pero sólo porque no recuerda que David no es más que un robot) que durará eternamente, pues es lo último que oye David antes de morir. Un final descorazonador, que hubiese sido impensable para el Spielberg idealista y lleno de esperanza que dirigió E.T. en 1983. Como dijo en su día el crítico Rick Lyman, “imagine que los científicos de E.T. encuentran al extraterrestre y lo diseccionan, o que no tiene lugar la milagrosa resurrección tras su misteriosa enfermedad, y no andará usted demasiado lejos de I.A.”.
"Primera lección: abraza a extraterrestres sólo si son hembras como la de Species"
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