Nueva versión de Nosferatu con el conde Orlok estrenando mostacho de gala para la ocasión
Vamos a empezar haciendo salir al elefante de la habitación: el Nosferatu de F. W. Murnau, estrenado en 1922, sigue siendo a día de hoy el título más importante de la historia del cine de terror. No solo sentó sus bases narrativas sino que desarrolló ideas referenciales de iluminación, montaje, puesta en escena y caracterización (¿hay alguna estampa más icónica del género que la del Conde Orlok?), muchas de las cuales se siguen empleando en títulos rodados cien años más tarde. No hay otra película tan antigua que siga dando tantísimo miedo. De hecho, y ya hablando a nivel personal, el libreto de Nosferatu siempre me ha parecido un destilado de Drácula superior a la propia novela de Stoker: la reducción drástica de personajes, el cambio de eje de la trama para centrarla por completo en el plan del vampiro de viajar hasta la civilización y atormentar a la protagonista, así como una ambientación mucho más local, tosca e insular (Wisburg en lugar de Londres), generan una sensación de claustrofobia de lo más asfixiante.
Teniendo en cuenta todo eso, parecía claro que rehacer Nosferatu en 2024 era meterse en un berenjenal de tres pares de colmillos. ¿Qué nuevos hallazgos podían aportarse a la historia, y más cuando Werner Herzog ya había dirigido en 1979 un estupendo remake (protagonizado por un Klaus Kinsky descomunal), que ahondaba aún más en sus prismas morales y psicológicos? Tenía pinta de ser un proyecto demasiado complicado, del que un director de filmografía tan pulcra como Robert Eggers (La bruja, El faro, El hombre del norte…) solo podía salir perdiendo prestigio: si se limitaba a rendir pleitesía al largometraje original, su trabajo se percibiría como innecesario e irrelevante. Si se le iba la olla con la experimentación y los juegos formales, desvirtuaría la esencia de un cuento gótico cuya efectividad está en su sencillez. Eso por no mencionar el desgaste que arrastra ya a estas alturas el cine de vampiros victorianos. O sea, que tiene un mérito flipante que Eggers se las haya apañado para acabar encontrando el equilibrio perfecto entre tradición, disrupción y renovación. Su Nosferatu no solo tiene toda la razón de ser, sino que es una puñetera obra de arte.
A partir del obligado planteamiento de homenajear la estética de Murnau con medios modernos, Eggers ha tomado una serie de decisiones deslumbrantes, que infunden a la cinta una personalidad propia y la alejan de la sensación de estar viendo un trampantojo a color de la versión de 1922. La más llamativa de esas decisiones es mostrarnos un tipo de chupasangres alejado del canon que cabía esperar, es decir basado más en el folclore clásico que en la mitología cinematográfica. No es una persona. Tampoco es un monstruo. Es algo del todo alienígena, grotesco, repulsivo, desconcertantemente ridículo (ese bigotazo…), sin el más mínimo glamour y tan claramente no muerto que hasta puedes oler su pestazo. Lo interpreta un Bill Skarsgard sensacional, que rezuma amenaza con su mera silueta y apoyado en una voz seca, ralentizada y cacofónica, que no parece provenir de su interior sino de algún narrador oculto en los márgenes de la pantalla.
"Aquí donde me ves, yo mismo fui criado de Drácula en Renfield"
Otra gran idea es colocar al personaje de Ellen, la joven víctima del vampiro, en el centro de la narración, como protagonista casi absoluta y único personaje humano que sabe leer desde el principio la gravedad de la situación y que toma la iniciativa (y las decisiones correctas), mientras los demás desdeñan al principio el peligro y más tarde se enredan en discusiones filosóficas sobre lo que habría que hacer. Se diría que, para esta parte del guion, Eggers ha tomado muchas ideas del Drácula de Francis Ford Coppola, aunque aquí la historia de obsesión amorosa pierda cualquier atisbo romántico y adopte un tono mucho más oscuro, de puro maltrato físico y psicológico. El Conde Orlok no es un enamorado que “ha cruzado océanos de tiempo” para encontrar a su media naranja, es un acosador y un psicópata.
Porque, al cabo de la calle, lo más meritorio de este Nosferatu es su adscripción temática al terror absoluto. Sin dar un respiro al espectador, sin mezclar con otros sabores, sin salirse de los parámetros del género en un solo plano y sin desviarse hacia las metáforas pedantes, ni las miradas irónicas que relativicen lo que se nos cuenta. Obviamente, las lecturas sobre la naturaleza animal del deseo sexual y sobre la represión femenina están ahí, como en casi cualquier otra cinta de vampiros que nos venga a la cabeza, pero no toman el control de la historia sino que se ponen a su servicio, porque la máxima pretensión en este caso es acongojarnos, tentarnos a apartar la vista porque el miedo es demasiado intenso.
“El Nosferatu de Robert Eggers no solo tiene toda la razón de ser, sino que es una puñetera obra de arte”
Al éxito de semejante empresa colabora de manera decisiva la interpretación protagónica de Lily-Rose Depp, capaz de pasar de la apatía más absoluta a la angustia histérica en segundos (hay “dos Ellens" en la película: la que durante el día vive reprimida por las agobiantes normas sociales que corresponden a toda mujer de su época, y la que durante la noche se quita el corsé y se ve dominada por lo carnal). Su talento brilla de manera especial durante una serie de escenas escalofriantes en las que pierde por completo el control, y cuya intensidad enfermiza recuerda a títulos como El exorcista o La posesión.
Aparte de Ellen y el Conde Orlok, hay otros dos personajes fundamentales para el desarrollo de la historia: Thomas, el marido de Ellen, y el profesor Von Franz (la versión Aliexpress de Van Helsing). La función del primero, interpretado por Nicholas Hoult con una adecuada cara de susto permanente, es conectarnos con el horror (él es quien nos presenta al Conde, y sus reacciones ante tan infame situación podrían ser las nuestras). La función del segundo, al que encarna un Willem Dafoe alucinado, es darnos las explicaciones pertinentes a la existencia de dicho horror. Ambos cumplen con su soltura habitual. De hecho, la única nota desafinada del casting es Aaron Taylor-Johnson como Friedrich Harding, el mejor amigo de los protagonistas. Taylor-Johnson empieza a acumular ya demasiados papeles en los que demuestra que su buena planta física no va acompañada de unas dotes interpretativas a las que se les pueda exigir mucho.
"Aquí donde me ves, yo mismo fui Nosferatu en La sombra del vampiro"
En lo visual, Nosferatu es una maravilla gótica, que por supuesto bebe del expresionismo alemán y que transporta a la audiencia a un mundo arcaico, hermético, en el que la medicina y el psicoanálisis se encuentran todavía en un estado primitivo, hasta el punto de que la ciencia y la magia, las creencias en lo racional y lo sobrenatural, conviven como un todo fáctico. Eggers y su equipo artístico empiezan pintando una especie de fresco histórico hiperrealista, para irlo deformando de manera paulatina a base de envolverlo en mugre y ruina, en densas oscuridades que parecen tener vida propia, en tormentas que obedecen a la voluntad salvaje del vampiro y en un aura de maldad y desesperación que casi puede tocarse.
Como nunca llueve a gusto de todos, Nosferatu puede sacar de quicio a espectadores que se limiten a interpretar de manera literal lo extremo de su propuesta. Sí, es cierto que se la puede tildar de exagerada en muchas cosas (el acento forzadísimo del conde Orlok, los arrebatos psicóticos de Ellen, los diálogos resabiados, la paleta de colores artificialmente mortecinos)… pero es que, hijos de mi vida, esto se basa en una película MUDA de 1922. ¿Cómo no va a tener un tono exagerado? Quien critique eso, o no ha visto o no recuerda el remake de Werner Herzog, que ya estaba salpicado de momentos conscientemente autoparódicos (la posada con los gitanos, la primera cena con el conde…). Pedirle contención a Nosferatu no tiene el menor sentido.
Nosferatu es un triunfo total del cine para amantes de lo macabro, una máquina perfecta de producir miedo y angustia (seamos sinceros, ¿cuántas décadas hacia que no podíamos decir eso de una cinta de vampiros decimonónicos?) y un stendhalazo a nivel estético, que merece contemplarse en la pantalla más grande posible. Llevamos tres películas tituladas Nosferatu, y de momento pleno de opus magnas. Oye, no está nada mal.
INFORME VENUSVILLE
Venusentencia: Venus Hall of Fame
Recomendada por Kuato a: quienes dicen que los vampiros ya no dan miedo.
No recomendada por Kuato a: quienes dicen que ya no se hace cine como el de antes. Nosferatu es una película rodada con tecnología del 2024, pero con espíritu de principios del siglo XX.
Ego-Tour de luxe por: el retruécano genial de tener a Willem Dafoe haciendo de “matanosferatus”, décadas después de que interpretara al propio Nosferatu en La sombra del vampiro.
Atmósfera turbínea por: haberse estrenado en una fecha muy tardía del año, que le complica la carrera por los Oscars, cuando merecería nominación en todas las categorías principales.
■ NOSFERATU. "Nosferatu (2024). Dirección y guión: Robert Eggers. Reparto: Lily-Rose Depp, Nicholas Hoult, Aaron Taylor-Johnson, Ralph Ineson, Willem Dafoe, Emma Corrin, Simon McBurney, Bill Skarsgard. ESTRENO EN VENUSVILLE: 25/12/2024.
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