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Las tres primeras Junglas 1988-1995: Bruce Willis la lía a tiros como John Por Dr. Bishop |
La jungla de cristal (1988)
El coloso en llamas (y con cristales, muchos cristales)
<En el año 1.988 nace un nuevo héroe, con un bautismo de fuego metafórico y literal en la azotea del célebre Nakatomi Plaza, saltando enroscado a una manguera mientras dos agentes cafres del FBI detonan la azotea desde un helicóptero, entre coñas del calibre de “¡amigo, esto me recuerda Corea!”. El hombre que salta al abismo se llama John McClane, policía cuyo principal característica es la de haber pisado mierda cinco veces en su vida (una por película), siempre en el lugar equivocado y siempre incordiando al tarado de turno.
La jungla de cristal se reveló como una película de acción sencillamente perfecta, la mejor de su década, desarrollando sabiamente una idea impecable si bien en realidad un tanto básica: presunto pardillo encerrado con villanos chunguísimos, al final siendo ellos los encerrados con un héroe inquebrantable. La idea dio tanto juego que creó estilo y fotocopias de contenedor que calcaban la misma premisa en otro hábitat, desde correctas o pasables (Alerta máxima 1 & 2 del gordo cabrón Steven Seagal, primero en una fragata militar y luego en un tren) hasta abominables (Muerte súbita, con Van Damme patinando tanto como su carrera en una pista de hockey hielo). Vamos, que todo héroe de acción debía rodar una variante de la escena de estar cagando en el lavabo y oír a lo lejos "¡arriba las manos, desgraciados!”, para empezar a pegar tiros después de limpiarse el culo a toda prisa.
La diferencia con los anteriores engendros es que en “Die Hard”, título original del film, todos los ingredientes eran de haute qualité: un impresionante Bruce Willis (entonces actor emergente y de pelo ya decreciente); un argumento frenético con diálogos irónicos y precisos giros de guión, todo dirigido con mano de hierro por John McTiernan (responsable de otra obra maestra, Depredador); un enemigo tan genialmente asqueroso como Hans Gruber (Alan Rickman en estado de gracia), dando órdenes a sus súbditos en alemán, lengua que siempre acojona estés o no circuncidado; y mil escenas inolvidables, desde un descalzo McClane sufriendo en sus carnes la jungla de cristal, hasta Gruber practicando el vuelo sin motor en el cielo de Los Angeles. Una gozada de película con un éxito visualizado, al menos para un servidor, en colas kilométricas frente al fallecido cine Tívoli de Barcelona. Un mito moderno.
1988: Nace John McClane, nace el héroe, nace el mito
La jungla 2 (Alerta roja) (1990)
Aterriza como puedas
El director Renny Harlin firmó una secuela competente y continuista en continente y contenido con su precedente (tanto que hasta también pasaba en Navidad), con McClane predicando aún solo en el desierto que unos terroristas la van a liar, y vaya si la lían. Ríanse del caos provinciano de la RENFE, aquí los malos controlan un aeropuerto y juegan a estrellar aviones, siendo pasajera en uno de ellos la inefable Sra. McClane (que la pupas debería llevar tatuado en el culo la palabra “rehén”). Evidentemente inferior a la primera entrega, aunque supo mantener la tensión y dejar algunas perlas escénicas, como la gasolina ardiendo en el aire hasta alcanzar el avión de los villanos.
Famosa también por vendernos la moto de que era la película con más muertes del cine (dos por minuto), por el simple hecho de que contabilizaban también las víctimas de los múltiples accidentes de avión. Curiosa auditoría necrológica por no decir tramposa: sólo la habríamos aceptado sin reparos si se hubiera visto un primer plano de cada una de las víctimas calcinándose. Si no maldita la gracia.
"Es la última vez que vuelo con Vueling"
Jungla de cristal. La venganza (1995)
Simon & The Game
Agotada por extenuación la fórmula de “atrapado con terroristas y rehenes”, volvió un McTiernan casi irreconocible para filmar una flojísima tercera parte, una huida hacia delante y casi suicida, pues la ausencia de talento era tal que casi parecía deliberada. Por ejemplo en su guión, uno de los más pobres de la historia del cine de acción y quizás el único que se pueda resumir en dos palabras: “Simon dice”. Incluso Bruce Willis estaba en horas bajas, con look dirty, camiseta imperio roñosa, cuatro pelos mal puestos y una de esas resacas que inducen a la habitual mentira del “juro que no volveré a beber”. Asaltaron el plató actores famélicos de dinero como Jeremy Irons o Samuel L. Jackson, este último insertado en el argumento con calzador para ser el imposible sidekick de McClane.
Destaquemos también su destrempante final, muy mal resuelto y que si nadie recuerda es gracias a la providencial memoria selectiva. Con tal número de “Simon dice” gratuitos, la pregunta aquí era inevitable: ¿quién es más loco? ¿El loco (Irons) o el que sigue al loco (Willis)? En este caso el más loco era el que los seguía a ambos: el pobre espectador, saturado de tanta gincama con explosivos del Quimicefa. Antes de morir, Simon dijo: “Sí, yo la palmo, pero me llevo la saga conmigo”. McClane pasaba pues a dormir el sueño eterno… ¿O no?/>
"Os lo aviso, es la última vez que interpreto a McClane llevando peluquín"
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