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LA VIDA DE PI crítica: Tigre de batalla

   

Tigre de batalla

Libre versión de Náufrago con un tigre
de Bengala como substituto de Wilson

Por Anna Bou

 

<Queridas y queridos ciudadanos de Venusville, ante todo pónganse el salvavidas, porque en este artículo hay un naufragio que salpica. La adaptación de “La vida de Pi”, la exitosa novela del canadiense Yann Martel, tuvo muchos novios, entre ellos M. Night Shymalan, que al final abandonó el proyecto para ahogarse con La joven del agua. Por eso al final fue el capitán Ang Lee quien tomó las riendas del barco, y reconozcámoslo, el director taiwanés sabe tocar muchas teclas (Sentido y sensibilidad, Tigre y dragón, Brokeback Mountain), y a todas les saca muy buena música. De acuerdo, Hulk fue un bodrio verde, pero no nos pongamos quisquillosos, que a todos nos ha salido algún grano en la cara o en el currículum.

   Pi es un niño que tiene un destino acuático (su nombre es “Piscine”, agárrate) y un padre con un zoo en Pondicherry, India. La parte del prólogo con Pi de niño, el lío con su nombre y con su religiosidad (colecciona dioses como si fuesen cromos), es una delicia. Es un prólogo muy a lo Amelie, onírico y simpático. Y ojo, porque este tipo de escenas son peligrosas, y si no se tratan con temple pueden resultar demasiado azucaradas, por amables. Pero este no es el caso de La vida de Pi, donde Lee no permite nunca que la película se convierta en un empalagoso pastelito Tigretón (atención, chiste dudoso pero sutil, muy sutil).

 

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"Si no recuerdo mal, en Náufrago Wilson nunca intentó comerse a Tom Hanks"

 

   La vida de Pi da un salto mortal cuando su padre decide trasladar familia y zoo a Canadá para prosperar económicamente: el buque, cual arca moderna de Noé, en la que se trasladan, naufraga y tan sólo consiguen salvarse, en principio, Pi, un tigre de Bengala, un orangután bananero, una hiena con mala leche, una cebra y una rata. Aunque al final, por esas cosas de la vida y sus hambres, tan sólo quedarán Pi y el tigre. Repito: Pi y un tigre.

   Hay que ser muy, muy habilidoso, para aguantar la intensidad y la atención del espectador durante el resto de la película (y queda mucha película, por no decir casi toda) con un chico y un tigre perdidos en medio del mar. Animales y niños son terreno abonado para promover el preciado arte del moqueo, o así lo ejemplifican la mayoría de directores. Fijémonos sino en Caballo de batalla, donde Spielberg “el lagrimillas”, con sus ansias infinitas de tocar la fibra sensible, hace lo imposible para que lloren hasta las moscas: si fuese por Steven, los pies, en vez de sudar, llorarían. En Caballo de batalla había tanto, tanto amor entre caballo y chico que, por momentos, temí que ambos terminasen fornicando a lo ecuestre, fumándose después un Marlboro post-coital en la cuadra, viendo cómo brillaban las bombas como farolillos chinos.

 

  "A diferencia de Caballo de batalla, el tigre es un tigre que sabe que es un tigre con hambre de chico, y el chico sabe que es un chico y que el tigre es un tigre con hambre de él"  

 

   Gracias a Dios, a Shiva o a Alá, este no es el caso de Pi, donde el tigre es un tigre que sabe que es un tigre con hambre de chico, y el chico sabe que es un chico y que el tigre es un tigre con hambre de él. En esta acuosa película, la relación entre el tigre y Pi (el plato fuerte de la función, está claro) está perfectamente tensada. Y la empatía que se va creando entre ellos dos es, más que racional, necesaria, mutuamente necesaria, pero sin noñeces.

   Las imágenes visuales son hipnóticas en un justificadísimo 3D, con secuencias magnéticas, como son casi todas las marítimas, sobre todo las que muestran el mar reflejando el cielo de tal manera que uno no sabe si Pi y el tigre están navegando entre las aguas o entre los cumulolimbos. Y el tigre, excepto en un par de escenas excesivamente digitalizadas, es perfecto.

 

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"Vuelve a llamarme Mowgly y llamo a Baloo y a Bagheera para que te prendan fuego a la cola"

 

   Una película que versa sobre los roles de la vida, las relaciones forzadas pero salvadoras, sobre el reinventarse uno mismo para hacerse la vida más placentera dentro de este mundo crudo como un bistec crudo. La vida de Pi es larga, sí, pero más largo es el número Pi, oséase que no nos quejemos tanto, que la película podría llevar decimales y nos daban las uvas y nosotros en el cine. Personalmente me sobra la escena en la que llegan a cierta isla desierta, onírica y plagada de suricatos (unos animalitos tipo ardilla rara), pero entiendo que ésta es una pista para el final. Un final como un buffet, tu escoges.

   En fin, esta película es una delicatessen de Bengala, un bomboncito relleno de licor de mar salvaje, es una reflexión (con olor a tigre, eso sí) sobre cómo prefiere uno mismo ver la vida. Queridas, queridos, déjense naufragar y no se la “PIerdan”. Glu, glu, glu…/>

 

 
INFORME VENUSVILLE
     
 
Sentencia Quaid:
Copas de yate
     
     
 

Recomendada por Kuato a: los que creen en Dios y a los padres que no tienen tiempo para llevar a sus niños al zoo. Y también a los que no creen en Dios.

     
 

No recomendada por Kuato a: los vegetarianos, sobre todo si te toca un cocinero a lo Gerard Depardieu.

     
 

Ego-Tour de luxe por: la secuencia de cómo llegan los animales a la barca salvadora. El viaje que se pega la cebra es cósmico.

     
  Atmósfera turbínea por: cierto tono moralizante que no hacía ninguna falta, la película hubiera funcionado igual de bien. La religión siempre se cuela por todas partes, como las viejas en el supermercado.

 

 

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