BLACKTHORN. SIN DESTINO crítica: Dos hombres y un desatino

Dos hombres y un desatino

Butch Cassidy es un yayo de barba blanca y Sundance
Kid un joven españolito que se parece a Eduardo Noriega

Por Ray Zeta

<Mateo Gil tiene un par de huevos. Y lo tiene por tres razones a saber: por haberse aventurado a rodar un western de bajo presupuesto sin estrellas internacionales, por haber recuperado en él a Butch Cassidy, el mítico personaje interpretado por Paul Newman en Dos hombres y un destino, y por haberse atrevido a confiarle el papel a Sam Shepard pese a venir éste de co-protagonizar un western tan ridículo como Bandidas.

Pero ya conocen el dicho, “qui non s’arrisca non pisca”, así que Mateo Gil arriesga y da en la diana acertando de pleno en sus decisiones. Porque a la espera de conocer las recaudaciones en su exhibición internacional, podemos decir con la boca bien abierta que ha sido un acierto haber recuperado a un sobreviviente Butch Cassidy 20 años después de su presunta mítica muerte junto a su compañero de fechorías Sundance Kid a manos del ejército boliviano, ya que la peli se beneficia del recuerdo que tenemos de Dos hombres y un destino. Por conocer ya el personaje, tener nuestra simpatía ganada de antemano, y entender ciertos pasajes de su vida pasada, como su huída a Bolivia, el valor que le da a la amistad, o los tríos que se montaba con Sundance (su compañero de “armas” tanto en sentido real como figurado) y Etta Place, la novia pimball de ambos.

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"Allí es donde rode con Katharine Ross la escena de la bici sin sillín"

Y por haberle confiado el papel a Sam Shepard pese a que venía de hacer el mayor de los ridículos en otro western como Bandidas por jugar a las vaqueras paseándose del bracito de unas improbables forajidas Salma Hayek y Penélope Cruz, que si son bandidas es sólo porque se saltan el turno en las pelus de Rodeo Drive. En Blackthorn, Shepard pone las cosas en su sitio y vuelve a ser un cowboy de verdad, de los que cabalga y dispara en serio (y se folla indias también en serio). Y borda el papel de pistolero cansado de mirada cansada cuyo tiempo ha pasado y que como sucede en todo western crepuscular que se precie no acaba de encontrar su sitio por mucho que cabalgue, dispare o se folle indias.

Si buscan un western épico con puestecitas de sol, historias de amor ñoñitas, y besitos entre florecitas, pónganse Bailando con lobos o Un horizonte muy lejano"

Porque lejos de fijar su mirada en westerns contemporáneos de éxito como Open Range, Appaloosa o la reciente Valor de ley, Mateo Gil echa la vista atrás y se inspira en la estética cultivada por Sam Peckinpah en títulos como La balada de Cable Hogue, en los paisajes fotografiados por Clint Eastwood por ejemplo en El fuera de la ley, y en la soledad de los personajes descritos por Robert Altman en pelis como Los vividores, y factura un western crepuscular de regusto setentero. Así que si buscan un western con tiros y más tiros con escenas a cámara lenta, recuperen Tombstone o Arma joven de su devedeteca. Y si buscan un western épico con puestecitas de sol, historias de amor ñoñitas, y besitos entre florecitas, pónganse Bailando con lobos o Un horizonte muy lejano. Porque Blackthorn es otra cosa, Blackthorn es un western intimista y reflexivo, de los que priman las motivaciones de los personajes, y de los que hay pocos tiros pero cuando los hay hacen daño.

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"El poncho que llevaba Clint Eastwood en la trilogía de Sergio Leone o la vida"

Un western crepuscular como los de los años setenta, perfectamente escrito, fotografiado y musicalizado, y que es lo bastante inteligente además como para apartarse de Dos hombres y un destino para que las comparaciones no sean posibles. Aunque vayamos viendo pasajes de las andanzas de Butch Cassidy y Sundance Kid en forma de flashbaks, esta peli no tiene nada que ver con el tono jovial del clásico de George Roy Hill, ya que sus personajes no atracan trenes como quien acude a reunión de colegas a tomar birras, y las persecuciones provocadas por los agentes de Pinkerton no parecen excursiones campestres destinadas a contemplar mariposas. Hasta los actores rehúyen imitar a Paul Newman y Robert Redford (cosa que no hicieron Tom Berenger y William Katt en la precuela, Los primeros golpes de Butch Cassidy y Sundance) creando personajes totalmente nuevos con unas interpretaciones más que dignas.

Tanto la de Sam Shepard, del que no me cansaré de repetir que está soberbio en el papel de pistolero cansado, como la de Eduardo Noriega a pesar de que Shepard se lo coma con patatas. Y estar bien aquí tiene su mérito, ya que cuando se está acostumbrado a ver a alguien en papeles actuales, no es fácil convencer al público en una película de género ambientada en otra época (en Agnosia por ejemplo parecía que iba disfrazado de Groucho Marx con unas gafas y un bigote adquiridos en la Industrial Bolsera). Aquí el de Santander da más que el pego como forajido improvisado a la fuerza, y tan a gusto se siente jugando a vaqueros que se permite hasta bajarse los pantalones y enseñar el culo para que Sam Shepard le meta mano. Si es en homenaje a Brokeback Mountain, lo desconocemos./>

INFORME VENUSVILLE

		Sentencia Quaid: Copas de yate



		Recomendada por Kuato a: todos aquellos que cuando ponían un western en “Qué grande es el cine” se sentaban a tomar apuntes.

		No recomendada por Kuato a: los que prefieran un western dosmilero a uno setentero, o sea un videojuego con música machacona en vez de un paisaje tranquilo con canciones Country cantadas a acapella como en *Las aventuras de* *Jeremiah Johnson*.

		Ego-Tour de luxe por: el culo de Eduardo Noriega, quien después del pollo que se montó por el anuncio de Schweppes, no ha tenido reparo en enseñarlo de verdad.

		Atmósfera turbínea por: el tratamiento rejuvenecedor de Stephean Rea pese a haber pasado 20 años y haber pasado de agente de Pinkerton competente y profesional a borrachuzo fracasado.