BATTLESHIP crítica: Yanquis babosos con los marines

Yanquis babosos con los marines Tras los Transformers y los G.I. Joe, Hasbro nos propone una partida de barcos pero contra aliens Por Robert Thornhill

<Cuando deambula por la carteleras el remake tresdiano del catastrófico hundimiento del barco más chachi-piruli y megalómano de la historia, el Titanic, nos llega un nuevo episodio de autoinmolación característica de un pueblo al que le gusta deleitarse en los momentos trágicos de su corta historia, de manera que en Battleship nos proponen como punto de partida de la peli una paranoica celebración conjunta (Japón-USA) del fatídico día del ataque nipón a Pearl Harbour en que el almirante Yamamoto y sus pilotos kamikazes se pasaron por la piedra a unos inocentes soldados que habían ido a Hawaii a ponerse morenos y cepillarse a las embobadas nativas.

   Vaya, esto es como si el Barça quedara con el equipo del Milán para jugar una pachanga en Atenas y tomarse unas birras y unas bravas para rememorar aquella fatídica noche de 1994 en el que al Dream Team de Johan Cruyff les metieron un soberano repaso histórico, o como si el Real Madrid hiciera lo mismo en Tenerife para conmemorar las dos ligas seguidas que perdió allí...

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   Sin embargo, pronto nos damos cuenta de que con tal psicodélico punto de partida simplemente se están poniendo las cartas boca arriba y te están diciendo: this is america y estos son nuestros cojonudos marines con sus cojonudos barcos de guerra y nosotros somos los “másmejores” del mundo. En este marco de autocomplacencia se mueve Battleship, donde esa materia prima inicial (un ultramoderno arsenal naval) es aprovechada con descaro por Peter Berg haciendo un producto donde la espectacularidad visual y las escenas de acción desenfrenadas se imponen a la lógica sucediéndose fantasmada tras fantasmada a cual más gorda.

   En un principio, el germen de Battleship hay que buscarlo en  el celebérrimo juego de mesa “Batalla naval” (aunque vulgarmente sea conocido como el “juego de barquitos” de toda la vida) cuya franquicia pertenece a la superempresa de juguetes Hasbro, quienes habiendo comprobado que a los niños de ahora les interesan más los juguetitos de sex-shops que puedan utilizar en sus partes bajas, han visto en el cine la forma de vender sus juguetitos a las nuevas generaciones. Aunque los soseras de los G.I. Joe no llegaron a convencer en Venusville (este verano tendremos una segunda taza del caldo: G.I. Joe: La venganza), con los Transformers la verdad es que la petaron, y de la mano de Michael “fantasmadas” Bay, han hecho una franquicia inflasacas que ya va por la cuarta entrega y… sumando.

   Como recordarán de su tierna infancia, el funcionamiento de aquel juego de barquitos al que jugábamos entre la clase mates y de lengua, era más sencillo que el mecanismo de un chupete y no daría ni para un corto de Pixar, razón por la cual los linces de los guionistas, en la línea que había marcado la exitosa Transformers, han completado las convencionales y tradicionales palabras “Batalla naval”, con el par de añadidos “contra alienígenas” y “con una rubia que te cagas”, con lo que la cosa ya empieza a prometer y a resultar más excitante.

   Efectivamente, esta vez al supercuerpo de marines americano le tocará luchar contra un ataque alienígena, quienes aunque a priori parecen proyectos de transformers desechados, comprobamos al fin que son unos extraterrestres graciosillos (al estilo de Mars Attacks!) con un perfil innovador, siendo simios por dentro y una mezcla de Robocop y Terminator por fuera. Y la “rubia que te cagas” es nada más y nada menos que la exmodelo Brooklyn Decker, un bellezón perfecto de piernas interminables que se pasea por la peli haciendo poses y luciendo tipo, siendo la transformer-girl de la función.

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   Como ven, son los mimbres de cualquier peli del genio palomitero Bay pero como quiera que a miguelito, entre preparar la cuarta entrega de las batallitas de autobots contra decepticons y teniendo pase vip en las lujuriosas veladas orgiásticas en la Mansión Playboy, no le quedaban fuerzas más que para satisfacer a su propia playmate, los productores de la Hasbro han tenido que fichar a Peter Berg (director de Hancock) para dirigir el cotarro de Battleship, aunque visto lo visto, parece como si hubiera ocurrido una trasplantación facial como les ocurriera a Cage y Travolta en Cara a cara, porque la peli huele a Bay por los cuatro costados y su sello inconfundible se siente en cada secuencia como si fuera la obra de un perfecto imitador del adalid por excelencia del cine espectáculo.

   Esas batallas contra bicharracos espectaculares y escenas videocliperas (con stop motion incluido), esa adoración patriótica por los militares yanquis, ese desprecio a las vidas humanas (que son daños colaterales a la acción)… Y como todo buen discípulo, también añade un poco de picardía a la lluvia de bombardeos y tiroteos, con escenas en que se recrea con el bellezón de la Brooklyn convenientemente no vestida para que se insinúe mucho pero se vea poco. Para poner la guinda Peter Berg podría haber dado un paso más y satisfacernos con alguna escena de alcoba subidita de tono, pero claro… eso sería pedirle demasiado aunque sea un alumno aventajado./>

INFORME VENUSVILLE
		Sentencia Quaid: Venus Hall of Fame
		Recomendada por Kuato a: todos los que no se hayan tragado los tres primeros de Transformers y esté ansioso por ver el nuevo capítulo de la serie. Colega, sin duda, esta es tu película.
		No recomendada por Kuato a: los que vayan a ver la peli porque ansiaban ver escenas de sexo de Rihanna. Es fisícamente imposible hacer el amor si vas todo el rato con uniforme de soldado y visera militar.
		Ego-Tour de luxe por: la escena de ese grupillo de octogenarios, chulillos ellos con sus gafas de sol, caminando a lo Reservoir Dogs como salvadores de su  patria a ritmo de hard-rock. Ni a Tarantino se le hubiera ocurrido semejante frikada.
		Atmósfera turbínea por: esa concepción guarril que se desprende del soccer en esta peli, en que la pelota es una excusa para darse hostias y patadas a doquier. Sé de uno, que empieza por P y acaba en –pe, que se lo pasaría teta.

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