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LA DEUDA crítica: Fantasías espiadas de ayer y hoy

   

Fantasías espiadas de ayer y hoy

Ni gadgets, ni mensajes que se autodestruyen; un
chicle mascado, un calcetín agujereado y gracias

Por Ray Zeta

 

<Será la edad, la nostalgia, o que con tantos kilómetros de celuloide visionado en las retinas ya empieza a sentarle mejor a uno para cenar un caldito que un botillo (cinematográficamente hablando por supuesto). Por eso es de agradecer que de tanto en tanto aparezca una película de espías a la antigua usanza sin peligro de que se te vuele la chorra de un bombazo por llevar oculto un gadget en la bragueta, que un mensaje que se autodestruye en cinco segundos te practique una lobotomía, o que un argumento tan indescifrable como un código mesopotámico para disléxicos te vuelva lelo, servido todo en cien planos por segundo al compás de una música machacona.

   Como las de Michael Caine haciendo de Harry Palmer (Funeral en Berlín y compañía), las setenteras Los tres días del cóndor o Marathon Man, la recientemente fallida Espías en la sombra, Munich del maestro Spielberg, y suponemos que la inminente El topo, La deuda sigue esta línea retro y nos cuenta una historia de espías de la época de la Guerra Fría que entendería, como decía Groucho Marx, hasta un niño de cinco años: en 1965 un equipo de agentes del Mossad es destinado a Berlín Oriental con la misión de identificar, secuestrar y llevar a Israel a un criminal de guerra nazi conocido como el cirujano de Birkenau, una especie de doctor Mengele que en ese momento pone toda su sabiduría profesional adquirida practicando en judíos los experimentos médicos más atroces, en la noble especialización de la ginecología (no sabe nada, el cabrón). Punto pelota (si alguien no lo ha entendido, que vaya a buscar a un niño de cinco años).

 

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"Para consolarnos imaginemos que somos el equipo de Ethan Hunt versión sixties"

 

   Un equipo de manual formado por tres agentes que engloba al espía curtido en mil misiones y mil catres, capaz por igual de hacer hablar al enemigo más duro que de seducir también a la tía más dura (un Marton Csokas al que si le quitas las greñas de El reino de los cielos queda pastado a Kevin Spacey); su compañero de armas (un Sam Worthington al que si le quitas Terminator Salvation, Avatar o Furia de titanes se queda en nada), y la aparentemente tierna e indefensa jovencita en su primer trabajo de campo que resulta no ser ni tan tierna ni tan indefensa (desconocida y sosa Jessica Chastain), que 30 años después se reciclan en Tom Wilkinson, Ciaran Hinds y Helen Mirren respectivamente.

 

  "John Madden se deja la ambición en su casa de Londres y factura una obra con escenas de acción tan sosas y desangeladas como los actores jóvenes"  

 

   Porque gracias a un par de sorprendentes giros argumentales bien colocados por Matthew Vaughn en labores de guionista (que no inventados, ya que la peli es un remake de la israelí Ha-Hov), la acción salta del año 65 al 95 y viceversa en continuos flashbacks, como quien pasa haciendo zapping de Cuéntame a Médico de familia. Tenemos así una historia con espías, pero no de los que se pasean por casinos luciendo smoking mientras se atiborran de martinis con vodka, o se ponen caretas de látex para desarticular una bomba nuclear en el último segundo. Estos espías son a la antigua usanza, de los que hablan alemán y ruso, visten gabardina y sombrero de ala ancha, y se pasan su material top-secret en los tranvías tras intercambiarse frases como “los tipos que fuman puro tienen cara de canguro”, combinada con la historia de esos mismos agentes interrumpiendo por razones inesperadas su retiro con el Imserso en Marina d’Or. Dos historias bien mezcladas dotadas de interés, aunque parcialmente malogradas por la insulsa dirección de John Madden.

 

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"No insistas, te digo que aquí no disponemos de las armas que tenías en RED"

 

   Y es que el jodido Madden, el mismo picha floja que consiguió que se llegase a conocer en todo el mundo La mandolina del capitán Corelli como “La titolina del capitán Coñeli”, se deja toda la ambición en su casa de Londres y factura una obra con escenas de acción tan sosas y desangeladas como los actores que interpretan a los personajes de jóvenes (si creían que Arnie era inexpresivo interpretando al Terminator, esperen a ver a Sam Worthington haciendo de espía). Robert Redford casi no salía del despacho en Spy Game y aún así en sus escenas se podía cortar la tensión con un cuchillo jamonero; en La deuda los personajes van de misión, se juegan la vida protagonizando peleas cuerpo a cuerpo, tiroteos y persecuciones, y aún así la dirección de Madden es tan plana que no evitamos tener la impresión de que hay más emoción en un spot televisivo de detergentes (por aquello de si la maruja de turno aceptará probar el nuevo o insistirá en usar el de toda la vida).

   Una lástima, porque ambientación, guión y actores (me refiero a los mayores, especialmente a Helen Mirren dando una lección de sobriedad creando una espía de lo más serio, como contrapunto a la espía pasada tan de rosca recreada en RED), de haberlos haylos, y con un potencial más que prometedor a excepción de la atmósfera de suspense. No se trataba tampoco de otorgarle un montaje tan frenético como el que imprimió Tony Scott a Enemigo público, pues ni el tono ni el tratamiento lo requiere, pero sí de dotar a las escenas de intriga y acción con algo más de garra para facturar un producto de mayor envergadura. Al contrario de Owen Wilson en Soy espía, que lo pedía todo pequeño, pequeño, pequeño, yo para La deuda lo hubiera pedido todo grande, grande, grande./>

 

 
INFORME VENUSVILLE
     
 
Sentencia Quaid:
Dos Caras Harvey
     
     
 

Recomendada por Kuato a: los que aún se estén devanando los sesos para entender de qué va el argumento de Misión imposible.

     
  No recomendada por Kuato a: quien prefiera pelis de espías con agentes luciendo smoking en casinos atiborrándose de martinis con vodka, o desarticulando bombas en el último minuto llevando caretas de látex.
     
 

Ego-Tour de luxe por: la escena del secuestro. Todo un homenaje a El Equipo A inspirándose en Fénix sacando a Murdock del psiquiátrico.

     
 

Atmósfera turbínea por: Sam Worthington, bluff confirmado que demuestra que sólo es buen actor cuando interpreta a un ser azul de tres metros con rabo.

 

 

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