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1 x 1 mosqueteril Ser un buen mosquetero implica algo más que llevar Por Ray Zeta |
<En una adaptación de “Los tres mosqueteros” el reparto es media peli. Son tantas las versiones existentes que ya podemos hacer como con las colecciones de cromos de fútbol y formar nuestro once ideal. Yo lo tengo claro, de esta última adaptación me quedo solo con Ray Stevenson para hacer de Porthos. El resto del elenco mosqueteril lo completo de la siguiente manera: Michael York para D’Artagnan y Oliver Reed para Athos, ambos de la versión del 73, y Jeremy Irons para Aramis tal como sale en El hombre de la máscara de hierro. Y para los villanos, la pareja que formaron en la de 1948 Lana Turner y Vincent Price como Milady De Winter y cardenal Richelieu, y Christopher Lee para conde de Rochefort, nuevamente de la del 73. Hagan juego señores.
D’Artagnan (Logan Lerman)
Pipiolín. La elección de Logan Lerman para D’Artagnan despertó tanta desconfianza como si Elijah Wood hubiera entrado en un casting para hacer de James Bond. Por mucho empeño que le ponga, sobre todo en los combates a espada, que todo hay que decirlo se los curra de lo más, resulta demasiado jovencito, demasiado pipiolito y tan tiernecito como un merengue (recuerden además que venía de hacer la infantilada Percy Jackson y el ladrón del rayo). ¿Hubieran puesto a Daniel Radcliffe de D’Artagnan? ¿Verdad que no? Y eso que el ex Harry Potter es tres años mayor que Lerman...
No dudamos que los 18 años que tenía el chaval cuando rodó la peli sea la edad perfecta para un joven del siglo XVII que viaja a París para convertirse en mosquetero del rey, pero acostumbrados a ver a actores más mayores y más curtidos en el papel, nos da miedo que corra llorando a las faldas de su mamaíta cada vez que un guardia del cardenal Richelieu le enseñe el sable (sin pensar mal).
Parecido como nos pasó con Chris O’Donnell en la versión de 1993 (y eso que el ex Robin tenía 22 añitos), por lo que nos quedamos con el D’Artagnan de Michael York de 1973. 30 tacos cumplidos, cara de bestiajo, y tosco en modales como corresponde a un gascón garrulo de la época. Mientras Gene Kelly introducía en los combates a espada pases de ballet que cantaban tanto como si para ir a París hubiera tomado el talgo, York daba unas hostias y unos rodillazos que duelen solo verlos. Como debe ser.
Athos (Matthew Macfayden)
Equivocado. No dudamos de que Matthew Macfayden sea un excelente actor, interpretaciones anteriores suyas como las realizadas en Orgullo y prejuicio o Los pilares de la tierra así lo prueban, pero de la misma manera que jamás pondríamos a Danny DeVito para hacer de Conan por muy buen actor que sea, haber puesto a Macfayden de Athos ha resultado un miscasting de la misma envergadura.
Demasiado blando. Dicho actor queda bien para desempeñar registros más suaves como son los de profesor de literatura, cura confesor o periodista documentalista, pero no para el de un hombre de acción, y no precisamente un hombre de acción cualquiera. Nada menos que el del mosquetero más chungo, el que tiene un pasado, el que vive amargado refugiado en la bebida tras ser vencido por una mujer (Milady De Winter, cómo no) y no se está por puñetas cuando se le buscan las cosquillas.
Van Heflin (1948) y Oliver Reed (1973 -el mejor de todos-) bordaron el papel; Kiefer Sutherland aún estaba verdecito para interpretarlo en 1993 (bueno, como todo el resto del reparto), y John Malkovich estaba genial en El hombre de la máscara de oro expresando toda su historia con solo una mirada.
Con Macfayden, cuando en el prólogo en Venecia de la versión actual emerge del canal un buzo y mata a todo un grupo de soldados lanzando puñales de repetición, cuando se quita la escafandra esperas ver a un tipo duro de los que mea sangre, caga piedras y se limpia el culo con papel de esparto; en cambio lo que ves es a un señorito blandengue de los que se disculpa cada vez que se tira un pedo.
Aramis (Luke Evans)
Acertado. Aramis siempre ha sido una combinación mosquetera del Pájaro espino y Casanova. Por un lado vocación religiosa a mansalva, y por el otro metrosexual y follador hasta la médula. Por eso no es de extrañar que en todas las versiones existentes se basaran en estas dos características para crear al personaje. El problema es que si se insiste demasiado en estos rasgos se acaba por caricaturizarlo hasta convertirlo en una mezcla de Pitufo Religioso y Pitufo Vanidoso.
Eso es lo que les sucedió a Richard Chamberlain en 1973 y a Charlie Sheen 20 años después. Si cada vez que matan a un enemigo de un espadazo detienen el combate para santiguarse y darle al muerto la extremaunción, y cada vez que se revuelcan con una chati hacen ver que intentan vencer la tentación de la carne para mantenerse puros, como hacen ellos, se cae en la comicidad involuntaria y acabas por no creértelos.
Por suerte, Jeremy Irons en El hombre de la máscara de hierro restableció el nivel al interpretar con toda seriedad a un Aramis volcado totalmente en su perfil religioso pese a seguir siendo un hombre de armas en la clandestinidad.
El Aramis de la versión actual está más cerca de este último y hace de la sobriedad su gran baza. Bastan un par de apuntes para sugerir las dos características citadas durante el prólogo. Rezar y encomendarse a Dios antes de la misión en la que debe realizar un salto en caída libre que ni Patrick Swayze en Le llaman Bodhi, y cepillarse a una titi que pilla al vuelo precisamente tras el salto, en una escena que parece sacada asimismo del prólogo de 007: Alta tensión: “Informaré dentro de una hora”, decía Timothy tras aterrizar en paracaídas en un yate, “mejor dentro de dos”, corregía cuando una maciza en bikini le ofrecía una copa… Pues aquí Aramis aterriza en una góndola en la que navega una pareja, arroja al maromo al agua, la chati se le pone bien, y él accede: “Está bien, tengo diez minutos”…
Suficiente, a partir de ese momento es acertadamente un mosquetero más.
Porthos (Ray Stevenson)
El mejor. Tal como apunto en el Informe Venusville de la crítica, históricamente Porthos siempre ha sido descrito como un gordito con un voraz apetito que ni el de Guillermito, que continuamente está pensando en comer y en beber. Por ello se le acostumbra a relegar a personaje secundario cómico y se le encomiendan los chistes de la película, como muy bien sabe Oliver Platt (1993), y como mejor sabe Gerard Depardieu (El hombre la máscara de oro), quien hizo de su Porthos un sosias de su Obélix (solo le faltaba cargar un menhir y cruspirse un jabalí) en clara línea autoparódica (ahora me duele cuando meo, ahora no trempo, ahora me paseo enseñando el culo, ahora me quiero suicidar…).
Si quiere tener a la mujer feliz y a los niños contentos, ponga un Porthos cómico en su versión de “Los tres mosqueteros”, pero si quiere estar feliz y contento usted, póngalo serio.
Eso es lo que hace esta adaptación actual. Sorprendentemente, esta versión no sigue la tendencia cómica (y miren que encajaría perfectamente en el conjunto), y hacen de Porthos un mosquetero tan serio como el de 1973. Un Porthos que como Kevin Durand como Little John en la versión de Robin Hood de Ridley Scott, es fuerte, bestiote y temible en combate. Nada de chistes, nada de gags, nada de frases chorras. Hostias como panes y punto.
Y eso, repito, es precisamente lo que acaba convirtiéndole en el mejor de la función.
Milady De Winter (Milla Jovovich)
Ridícula. Manda huevos: la razón de ser de la peli, que Milla Jovovich interprete como vehículo de lucimiento a Milady De Winter en una nueva versión de “Los tres mosqueteros” dirigida por su marido Paul W.S. Anderson, y la recreación del personaje es tan ridícula como cuando pusieron a Blanca Portillo de Fray Emilio Bocanegra en Alatriste.
Tres cualidades se necesitan para interpretar a Milady además de ser buena actriz: ser guapa, estar buena y tener carisma, mucho carisma. Lana Turner (1948), Faye Dunaway (1973) y Rebecca De Mornay (1993), por orden de importancia, cumplieron los requisitos a la perfección, y Milla Jovovich, nuestra Alice del alma, va sobrada de las cualidades mencionadas. ¿Cuál ha sido entonces el problema? Pues que en ningún momento ha interpretado a Milady De Winter.
Milady De Winter es una mujer fría, distante, pérfida, malvada y manipuladora, que es capaz de someter a un hombre a su voluntad con solo una mirada. Así debe interpretarse y así la interpretaron las tres actrices citadas. Milla Jovovich en cambio no se la toma en ningún momento en serio, y compone un personaje tan frívolo, ligero y poco veraz, que más que Milady parece la rubia muy legal popularizada por Reese Witherspoon. Mohines de Bridget Jones, frases coñonas, y diálogos dignos de Luz de luna, son las armas con las que la Jovovich compone su personaje cayendo en el más estrepitoso de los ridículos.
Y hablando de ridículos, ¿he dicho antes que la recreación de Milady de Milla Jovovich es tan ridícula como la de Fray Emilio Bocanegra de Blanca Portillo? Pues lo retiro, ahora que lo pienso es mucho peor.
Cardenal Richelieu (Christoph Waltz)
Light. A este paso no habrá villano en ninguna producción de Hollywood que no esté interpretado por Christoph Waltz. Tan soberbia fue su recreación de coronel Landa en los Malditos bastardos de Quentin Tarantino, que ahora al pobre hombre solo le saben ofrecer papeles de malo, que es lo que ha hecho en sus tres siguientes trabajos: The Green Hornet, Agua para elefantes y éste. Por eso claro, cansado de interpretar siempre el mismo registro, es normal que vaya perdiendo intensidad con cada trabajo.
Nada que ver con las malévolas miradas de Vincent Price (1948). Eso sí que es ser malo… Una sola palabra suya y suficiente para mancharse de caquita el jubón. A diferencia de los cardenales vistos hasta hora, Christoph Waltz hace de este Richelieu que quiere “ser rey de Francia en lugar del rey de Francia”, más un manipulador que un villano, lo que hace que el personaje pierda parte de su gracia, pues no da nada miedo cuando sale como si ocurría con la inquietante presencia de Price (sus diálogos con Milady a lo Rock Hudson y Doris Day tampoco ayudan).
Se agradece al menos que no haya hecho del cardenal un villano exageradamente cruel y despiadado de opereta infantil como sí hizo Tim Curry en 1993 (su presentación ya era bajando a las mazmorras para condenar a muerte a pobres hombres inocentes como muestra de su crueldad; solo le faltaba robarles a los niños sus caramelos, y a los cieguitos sus bastones), pero se echa de menos algo más de intensidad en su interpretación. Lo justo como para no intuir que mientras rueda sus escenas va repasando mentalmente la lista de la compra y los recados pendientes.
Conde de Rochefort (Mads Mikkelsen)
Desaprovechado. Toda una lástima, porque Mads Mikkelsen reúne el físico, el porte y el oficio para encarnar al caballero del parche en el ojo y mano derecha en villanía del cardenal Richelieu de manera perfecta. Y así lo hace lo poco que le dejan, porque a diferencia de los otros Rocheforts de las versiones anteriores, el Rochefort de Mikkelsen es de largo el que tiene menos minutos en pantalla (será que Paul W.S. Anderson no quiere que nadie le haga sombra a su mujercita).
A diferencia de Michael Wincott (1993), que al igual que ocurría con el cardenal sólo le faltaba salir con cuernos, rabo y un tridente (recuerden cuando corta por la mitad tres velas de un solo tajo a la vez que va recitando los nombres de los mosqueteros), Mikkelsen compone un villano despiadado pero creíble. Él no es un villano cruel que se deleita con el sufrimiento de los más débiles (ya saben, niños sin caramelos y cieguitos sin bastones), sino un hijoputa de tomo y lomo que no se anda con remilgos (como disparar en vez de batirse a espada) sin preocuparse lo más mínimo por la moralidad de sus actos.
Toda una lástima, repito, porque el personaje prometía, y de haber tenido más minutos, estaríamos hablando de ser el segundo de la lista tras la imbatible composición de Christopher Lee en 1973 (relean lo escrito en el apartado anterior sobre Vincent Price y aplíquenlo a Christopher Lee). Pero tras ponérnosla dura con su presentación, Paul W.S. Anderson nos da dos piedras y va diluyendo al personaje hasta perderse en la inmensidad mosqueteril de la nada, para recuperarlo nuevamente en el duelo final.
Demasiado tarde. Para quitarnos el mal sabor de boca provocado por su desaprovechamiento, deberemos conformarnos revisando Casino Royale.
Duque de Buckingham (Orlando Bloom)
Cachondo. Junto a Porthos, el personaje mejor conseguido de todo el elenco. Y no por estar bien escrito, interpretado o dirigido, sino porque como prácticamente es un personaje totalmente nuevo, los guionistas han podido partir de cero para crearlo a su gusto sin importar demasiado el acabado general de su composición.
Hasta ahora el duque de Buckingham siempre había sido un personaje de lo más secundario que salía solo (si es que lo hacía) para provocar el episodio del collar que puede comprometer la reputación de la reina Ana. Un tipo noble y serio del que la Familia Real Inglesa siempre se ha sentido orgullosa. Con esta nueva versión en cambio, a más de un miembro de la Familia Real Inglesa se le crepará el pelo, porque su antepasado es aquí es un villano que va por libre, un ser pasado de vueltas y un personaje con ansias de dominar el mundo (bueno, dejémoslo en Francia) en la más pura tradición tebeística.
Un personaje con más margen de experimentación que la gaseosa, mucho que ganar y poco que perder, que Orlando Bloom compone sabiamente precisamente por no hacerlo nada sabiamente (se ve que después de tanta represión contenida como Will Turner en Piratas del Caribe, se lo pedía el cuerpo, al hombre).
Eso y por tomárselo muy poco en serio, lo que a diferencia de Milady De Winter puede hacerse con toda la intención y alevosía sin comprometer la calidad global del producto. Por eso puede vestir los modelos de época más estrambóticos (sin olvidar su horrible peinado), vacilar a quien se le ponga por delante, y flirtear con Milady todo lo que quiera, sin importar que parezcan diálogos de Rock Hudson y Doris Day, de Luz de luna, o de los hermanos Marx. Como si parecen letras de Pimpinela./>
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