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Álex de la Iglesia se confiesa El director bilbaíno se ahorra el psicólogo contándonos cómo se siente y cómo ve a sus personajes Extracto del pressbook facilitado por Warner |
<Habla Álex de la Iglesia:
Hago esta película para exorcizar un dolor en el alma que no se me va con nada, como las manchas de aceite. Yo lavo mi ropa con las películas. Me siento ridículo, horrorosamente mutilado por un pasado maravilloso y triste, ahogado por una nostalgia de algo que no ocurrió, una pesadilla informe que me impide ser feliz.
Quiero aniquilar la rabia y el dolor con un chiste grotesco que haga reír y llorar a la vez.
Yo soy dos personas, puede que más. Distingo a un niño malcriado, cobarde y cruel, que disfruta haciendo daño y pellizcándole el carrillo a los débiles de espíritu. Sé que me odia y quiere destruirme, pero la única manera de que no siga dentro de mí torturándome, es dejarlo salir. Que disfrute, que se ría a carcajadas, que vomite sobre el celuloide.
También hay una señora mayor amargada, consciente de su edad y de su ignorancia, y sobre todo, de su culpabilidad. Le gustaría amar intensamente, pero sabe que no es posible. Quiere agradar, desea enloquecidamente que, si ella no puede disfrutar, al menos pueda hacer felices a los demás.
Quizá esos dos extraños personajes definan la película. Su lucha es resumen de mi vida, de lo que he visto a mi alrededor, un espectáculo confuso y absurdo, grotesco y decepcionante, pero, por otro lado, asombrosamente entrañable en su estupidez.
Quiero que la película transcurra en el año 1973, cuando tenía ocho años. Recuerdo aquello como un sueño o una pesadilla ininteligible.
Quizá es el año en el que la realidad se ha parecido más a los sueños. El Lute, la muerte de Carrero Blanco, los Payasos de la tele, forman un todo indivisible en mi cabeza. No sé quién era payaso y quién niño en aquella extraña alucinación.
Javier (Carlos Areces) es un niño que no ha podido jugar. Como yo, Javier se siente y se sabe débil por un pasado que perdió, como dice la canción de Raphael. Nada va a ir bien jamás en su vida, nunca conseguirá la felicidad plena, porque todo comenzó mal, fatal.
El dolor forma parte de su organismo, como ácido sulfúrico en las venas. La vida le duele, y tiene que hacer un esfuerzo titánico por no llorar. No le pidáis que se ría.
Javier es poca cosa, y tiene papada. Pero también tiene un corazón gigantesco y muchas ganas de amar, de amar profundamente, única manera de limpiarse por dentro.
Javier desea locamente a Natalia, y cuando descubre que su amor no es correspondido, se rompe en pedazos. El dolor se convierte en rabia, en furia demencial, silenciosa. Es el mensajero del dolor, una bestia que sólo quiere vengarse por malvivir una vida que parece una broma de mal gusto, un chiste sin gracia.
Su destino es el sufrimiento infinito. Esa misma ansia de venganza le impedirá ser feliz, incluso cuando al final del viaje tenga una oportunidad real de serlo. Sólo le quedará la locura, justo castigo a su soberbia desmedida.
Sergio (Antonio De la Torre) es el hombre. Como casi todos, Sergio es simple y violento, sobre todo violento, porque nunca piensa en los demás, sólo en su propio personaje. Sabe que es el mejor, el más gracioso, y odia a los que no lo reconocen. Sergio es grande, es fuerte y tiene una polla de hierro. La utiliza como arma o como juguete.
Quiere a Natalia, pero si Natalia piensa en él. Si no, la aborrece. Cuando Natalia se distrae con Javier, Sergio quiere acabar con él. Sergio es bueno sólo con los niños. Los adora. Primero, porque él es como un niño, bruto, prehistórico, irracional. Segundo, porque le dan de comer. Son su vida. Son su trabajo.
Cuando su rostro se descompone bajo las manos de Javier, pierde sus superpoderes y los niños ya no le quieren. Por eso ya no se soporta a sí mismo, y odia a Natalia, responsable de que su vida se haya hundido para siempre. Pero el verdadero culpable es Javier, esa especie de imagen invertida y deteriorada que descubre en un espejo.
Natalia (Carolina Bang) es bellísima. Como yo, Natalia no sabe cuál es su sitio en este mundo. Ama el circo y su trabajo, pero tiene el corazón arañado por un ávido deseo sexual. Desea ser poseída y dominada por Sergio todos los días. Sabe que esa enfermedad la conducirá irremediablemente a su perdición, pero no parece haber otra salida.
Sin embargo, la aparición de Javier cambia las cosas. Javier es el polo opuesto a Sergio, y eso le atrae. Además, aunque sea por ignorar las consecuencias, Javier es el único que parece no tenerle miedo. Eso le hace extrañamente atractivo. Por último, con Javier está tranquila, se siente segura.
Javier parece que, antes de poseer su cuerpo, quiere adueñarse de su alma, y eso es nuevo para ella. Natalia tiene que elegir entre dos monstruos, y no sabe qué hacer. Ella no deja también de serlo, a su manera, porque su sola presencia enloquece a los dos hombres y los trastorna. Natalia se ve empujada a un abismo sin solución, porque, aunque al final del camino prefiera la verdad del amor frente a la ambigüedad del deseo, es demasiado tarde. El odio generado por la angustia de su situación es demasiado profundo./>
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